Errónea afirmación la de que nuestro sistema sanitario es uno de los mejores de Europa, por desgracia y por experiencia. Aunque la mejor nota sacada según un informe, en cuyas filas figuramos como los decimonovenos, es para España en materia de prevención, suspendemos en accesibilidad, referida a los tiempos de espera, por mala gestión, que no por presupuesto. La que padecemos quienes, irremediablemente, utilizamos este servicio en más ocasiones de las que desearíamos.

Desde que pides cita toca esperar y donde la atención primaria debería de desempeñar su función de canal de flujo hacia el especialista para su atención continuada al paciente una vez recepcionado, fallamos, cuando no solucionamos en los tiempos y con los medios adecuados y a disposición de los M.A.P., patologías propias de una enfermedad concreta del paciente (porque debo dejar claro que, de facto, no hay enfermedades sino enfermos) convirtiéndose en algo grave cuyas repercusiones afectan negativamente, no solo y principalmente al mismo, sino a sus familiares y, por defecto, a todo el sistema.

Ya se que en estos casos, cada quien cuenta cómo le va y habrá opiniones de todo tipo, esta es la mía. Meses de hospital suman horas y horas, días enteros de tiempo ido a ninguna parte, empleado en nada salvo la misma espera, algo, sí, irrecuperable.

Vivir sanamente conlleva la responsabilidad propia de cada individuo de favorecer íntegramente lo que engloba la definición de salud por la OMS y a todos los niveles. Aunque la realidad es que hoy en día, nos dejamos arrastrar por las circunstancias particulares repletas de interminables jornadas laborales, familia y demás deberes adquiridos, que no contribuyen a ello.

Como parte de esta maquinaria en la que, si una pieza no desempeña su cometido, el resto del mecanismo pierde eficacia y paga las consecuencias, es nuestro deber procurar prevenir y curar adecuadamente facilitando una intervención propicia para cada estadio de la enfermedad una vez contraída y en los tiempos pertinentes. Hagámoslo.