Director de EL PERIODICO EXTREMADURA

Tan cerca y tan lejos, Extremadura se pone guapa y sale a la calle con el mismo descaro que todos los años en su gran día. Pero en esta ocasión, algo preocupa más de lo habitual. Si algo nos dejará septiembre, sin duda será el arranque de un debate en el que, como casi todo en política, nadie da puntada crítica sin hilo de demagogia. Y, con lo que se viene encima, nada menos que cinco elecciones en diez meses (Madrid, Cataluña, Andalucía, generales y europeas), cualquier herida sin cauterizar puede acabar en baño de sangre dialéctico.

Algo así ha sucedido con conceptos hasta la fecha básicos para movernos en aguas comunitarias y que, ahora, por un arte mediático tan férreo en las formas como centralista en el fondo, se convierten en germen de planes secesionistas modelo Ibarretxe, que se multiplican por este ruedo ibérico sin respetar nacionalismos ya reconocidos y esa forma de entender España como cada uno quiera, que es la mejor de las maneras dentro de un marco constitucional. El ejemplo lo tenemos en la deriva en la que han entrado los planteamientos de un catalán que está a punto de entrar en faena electoral. El candidato Maragall ha propuesto la creación de una eurorregión con aspiraciones transfronterizas cuyo único móvil, que se sepa, es el de la superación económica por la vía de la colaboración. El plan suena bien. Y no es nuevo. Como tantos otros proyectos similares que salpican nuestra geografía y la de la Unión Europea. Galicia y Norte de Portugal, la Alsacia francesa y Basilea, en Suiza, la Comunidad de Trabajo de los Pirineos... Ni un ápice de federalismo en el proyecto. Tan sólo una puerta abierta a la reforma de los estatutos autonómicos si hay suficiente consenso. Y más presencia en Europa. Y un Senado que sirva para algo más que para cobrar dietas. Y la que se ha montado. Así, casi sin querer.

Pero resulta que Extremadura también es fronteriza. Y sabe muy bien lo que es una eurorregión, está camino de ello, conoce al dedillo las bondades de la cooperación intracomunitaria y presta especial atención a todo aquello que favorezca el crecimiento económico con el Alentejo y la Región Centro lusa. Por compartir, hasta lo hacemos en niveles de renta por debajo de la media de nuestras respectivas economías nacionales, algo que, sin salir de España, también nos separa de otras latitudes autonómicas. Pero eso no basta para repensar modelos de Estado y abrir brechas. ¿Acaso la torta del Casar, integrada recientemente junto a otras denominaciones de origen como la fabada asturiana y el turrón de Alicante en un sello europeo de calidad que abarca un total de quinientos productos deja por ello de ser tan extremeña como antes?

Pero, puestos a hacer preguntas, caben muchas otras: ¿No es prácticamente una realidad que la energía eléctrica que ilumina a uno y otro lado de la Raya no tiene identidad nacional? Simplemente fluye, como desde hace bastantes años las relaciones culturales, comerciales y turísticas entre extremeños y lusos.

¿Y qué me dicen de los recientes incendios? ¿Acaso no nos han servido para aprender, entre otras cuestiones, que se hace ya imprescindible la mutua colaboración en materia preventiva para evitar que la historia se repita?

En fin... Eurorregión, sí. España, también. Extremadura, por supuesto.