No se dejen engañar por todo lo que están leyendo en este suplemento que ha muñido el conspicuo Juanjo Ventura. Los periodistas somos muy de rajar de nuestro trabajo y de nuestro empleador, en el caso de que milagrosamente lo tengamos. Digamos que es algo que, como toda buena rajada (si es posible, en la barra de un bar o, como mínimo, en la máquina de café), supone un importante desahogo. Pero hay algo de postureo en ello, he de confesar.

ESTE CURRO NOS ENCANTA.

O al menos nos encanta a la mayoría de los que todavía estamos dentro y resistimos, porque en el fondo nos sentimos unos privilegiados. Cuando la conversación avanza y ya has terminado de poner a escurrir a jefes, compañeros y competencia acabas sollozando diciendo que en realidad ejercemos la profesión más bonita del mundo, aunque a veces se parezca a la más antigua. Todos los días son una jodida aventura que no sabes cómo va a terminar ni qué te deparará por el camino, pero siempre hay la ocasión de conocer a un montón de gente estupenda (y aborrecible). Y de vez en cuando das una noticia y eso... eso es pura erección del alma, que diría Fernando Alfaro.

ahora es cuando hablO de mi hermoso ombligo y de mi historia de amor con este diario, cuya redacción pisé por primera vez con 14 años trayendo una bandeja de pasteles procedente de la confitería que regentaban mis padres. Varios de los que entonces me daban una propinilla (aunque alguno se escaquease en plan rata) acabaron convirtiéndose en mis colegas. Siempre me ha gustado una expresión del periodismo deportivo para definir mi relación con este trabajo que es mucho más que un trabajo: aquí se siente la camiseta. Y cuando es así, soy más feliz. k