La estatua fue colocada en agosto de 1999 como homenaje a la última voceadora de periódicos de Extremadura gracias a la Diputación de Cáceres y a la Caja de Extremadura. Sin pedestal, a ras de suelo, muestra sonriente un ejemplar de El Periódico Extremadura, que tantas veces vendiera casi en el mismo lugar donde se encuentra. Existe otra estatua de Leoncia a la entrada de El Periódico Extremadura, pero no en bronce, sino en resina epoxi. En su mano exhibe un periódico con la portada del primer ejemplar a color. Leoncia’ muestra una sonrisa y tiene un realismo característico que la convierte en una especie de abuela protectora de todos cuantos pasean a su lado.

La estatua fue un encargo del por entonces director de El Periódico Extremadura, Pepe Higuero, aunque su colocación fue durante la dirección de Nieves Moreno. El encargado de realizarla fue el profesor de Escultura de la Escuela de Bellas Artes Eulogio Blasco de la Diputación de Cáceres.

Ahora ha visto como una creación suya ha dejado de serlo para convertirse en patrimonio de todos. Los novios se hacen fotos con Leoncia, los turistas, los recién casados, los niños cuando hacen la primera comunión, la gente queda con la estatua como referencia espacial… «Es increíble cómo una obra ha llenado a infiltrarse tanto en el tejido social de una ciudad. He llegado a ver a un invidente hacerse una foto con la estatua», explica.

José Antonio Calderón tiene otras esculturas, entre ellas la famosa Cabra de Malpartida de Cáceres o El Brocense de el Complejo Cultural San Francisco, pero Leoncia tiene para él un significado especial. La hizo con sólo dos fotografías de referencia, una con 16 años y otra con 70. Hizo un estudio en profundidad de sus detalles anatómicos y además le confirió esa cara de ‘buena gente’ que transmite a los ciudadanos. Y ello fue posible gracias a la madre de Victoria Caro, trabajadora de El Periódico Extremadura, y esposa de Paco Caro, veterano trabajador de su taller. Tenía una gran amistad Leoncia Gómez y conocía muchos detalles físicos. Cuando vio la estatura en el taller de Calderón se echó a llorar por el realismo que tenía la creación.

La cercanía de ‘Leoncia’ con el público -se encuentra a ras de suelo- también la ha convertido en objetivo de los vándalos en varias ocasiones. Además, se encuentra ubicada de manera que siempre está mirando al espectador y es imposible que el viandante que pase por la zona no repare en ella. Junto a la estatua había una leyenda que indicaba su nombre, el motivo de su colocación y los patronos. Actualmente ésta ya no está.

La obra se modeló primero en barro sobre una estructura metálica. Posteriormente se hizo un ‘negativo’ en silicona y una carcasa de fibra de vidrio y resina de poliéster. Ese ‘negativo’ se envió a la fundición para que sobre ese molde se hiciera la estatua en bronce con la técnica de la cera perdida.

Así fue la vida de Leoncia Gómez

Nació en Valencia de Alcántara en 1903, donde se asegura que fue abandonada en las puertas de una iglesia. Llegó joven a Cáceres y empezó a trabajar como asistenta en casa del abogado Felipe Álvarez de Uríbarri, justo encima del restaurante El Figón. Ganaba 7 pesetas al mes.

Trabajó con ellos 50 años. Fue el director de Extremadura, Germán Sellers, quien le propuso a Felipe que Leoncia vendiera por las calles el diario. Fueron nueve años los que Leoncia voceó el periódico decano de la prensa regional, entre los años 1966 y 1975.

Leoncia compartió el tiempo de su jubilación voceando el EXTREMADURA al final de la calle Pintores, junto a San Juan. Leoncia deseaba que hubiera una noticia importante que le permitiera aumentar la tirada y que pudiera anunciar a voz en grito por las calles de Cáceres.

Aunque durante su juventud ‘le habló’ a un muchacho portugués, Leoncia conoció el amor a los 74 años, en la residencia de mayores Cervantes, donde coincidió con Salvador Hernández Fernández, de Oropesa, con quien se casó. La boda culminó con una luna de miel en Benidorm.

Entre las anécdotas de la vida de Leoncia en la casa de Felipe Álvarez de Uríbarri puede decirse que era la señora de la cocina, una cocina enorme con una mesa grande llena de braseros. También había una cocina de las de carbón que había que encender con soplillos. Atendió a los niños de la casa con quien estableció una entrañable amistad.

Ellos fueron los padrinos de su boda. Por la tarde, mientras cosía, les contaba cuentos populares. Fue Leoncia Gómez testigo y símbolo de una época. Ahora ese tiempo está detenido para siempre en la plaza de San Juan, para sorprender a viandantes y curiosos que se preguntan qué hace ahí esa estatua sin pedestal a ras de suelo, sosteniendo un periódico entre las manos. k