Sin más red social que la calle, la asociación de vecinos, el bar de la esquina o la visita personal a una empresa después de concertar una cita telefónica. Sin Internet, ni Whatsapp, ni siquiera mensajes SMS. Con el teletexto como modernidad en la que consultar la evolución de los partidos de Liga o el resultado de los sorteos de Lotería —de Apuestas del Estado, claro, que eran las únicas permitidas—. Con un teletipo que escupía noticias de la Agencia Efe.

En una redacción llena de

humo, como en las películas de cine negro que tanto me gustaban, hasta que el Comité de Empresa, en un arranque de modernidad, nos echó a fumar a la puerta de la calle Camino Llano. A soltar volutas, de vez en cuando, la verdad, porque las escapadas se iban haciendo más esporádicas. Y es que el ser humano se adapta a todo.

Provisto de un ciclomotor

—un Vespino que recorrió miles de kilómetros—, con una grabadora que para sí hubiera querido el inspector Colombo, a quien todo periodista de sucesos tenía como inspiración. En una ciudad pequeña, con apenas 70.000 habitantes, sin hipermercados, que llegarían años más tarde, con un equipo en Segunda División B

—en la vida siempre hay momentos mejores—. En un ambiente jovial, pero falto de diversiones, lo que conducía a la chavalada al alcohol más allá de lo debido. Desde luego, en aquella época éramos todos más jóvenes y mucho más inconscientes.

En un diario de provincias,

que a principios de los años 90 ya parecía veterano y que hoy en día es una rareza por su tozudez al empeñarse en seguir con vida. Con noticias, en papel por supuesto, que llevaban fotos exclusivas, cuando lograbas cazar alguna. Provisto de un dibujante del que echar mano para ilustrar el asalto a un ayuntamiento del norte de la provincia, el asesinato de una mujer a manos de su marido, la detención de unos delincuentes que carecía de imagen. Con un cuarto oscuro.

En una empresa que modeló

mi espíritu curioso, el mismo que me había llevado antes a matricularme en la Facultad de Ciencias de la Información, en mi Madrid natal y al que regreso poco, y con prisas, la verdad. Porque la velocidad que ha ido cogiendo la vida es tremenda. De ahí que, cuando le plantean a uno escribir una líneas sobre su experiencia como plumilla en el Periódico Extremadura, casi treinta años atrás y ganándose ahora las habichuelas desde la Región de Murcia, se sienta nostálgico y un poco mayor, para qué vamos a engañarnos.

Más sabio, también, porque

las experiencias vividas fueron muy especiales y, desde luego, me ayudaron a formarme como la persona que soy y que intenta mirar el mundo, siempre, con una mirada honesta. k