Como todos los niños de mi época, aprendí a leer en la famosa RAYAS. Ya se sabe, aquello de «mi mamá me mima. Amo a mi mamá». Comencé a practicar la lectura en los libros que había en la biblioteca de mi padre y en la prensa. Al atardecer llegaba diariamente a casa El Periódico Extremadura, semanalmente aparecían la revista taurina Dígame y la revista infantil Flechas y Pelayos, que bajo su título rezaba «Por el imperio hacia Dios», en la que colaboraba gente como Gloria Fuertes. Naturalmente las lecturas en la escuela eran tan adoctrinadoras como la prensa. Por ejemplo, Glorias imperiales.

El Extremadura se subtitulaba

«Diario católico» y para confirmarlo acostumbraba a abrir su edición con un gran titular sobre el papa o sobe el obispo, como una sección que se llamaba La voz del Prelado en la que se hacían eco de las cartas pastorales del prelado, de sus discursos y de sus súplicas.

Claro que en aquellos tiempos era necesario tributar respeto y acatamiento al Régimen y

junto a la iglesia aparecían titulares que ensalzaban su tarea, de manera que te enterabas de las inauguraciones que llevaba a cabo el Caudillo, de sus discursos, que parecían

siempre el mismo, de las visitas que recibía

y de los agasajos que le regalaban en sus

múltiples viajes por la geografía española.

Del extranjero decían pocas cosas, si acaso lo de las guerras y disturbios o los desmanes de los países comunistas, y para compensar se hacían eco del cariño que nos tenían en Hispanoamérica. Entonces no había deportes, había fútbol, y en concreto había Cacereño, que penaba en Tercera División rivalizando con el Badajoz, el Plus Ultra, el Conquense... También encontrabas anuncios contra el dolor, OKAl, el tío del bigote, Linimento Sloan, y uno que se titulaba Herniados y que no sabía para qué servía.

Una de las secciones más leídas

eran los Ecos de sociedad. Allí te daban cuenta de los nacimientos, «En la clínica tal y cual ha dado a luz un precioso niño doña Fulanita, esposa de nuestro querido amigo don Fulano». El niño crecía y como era preceptivo tomaba la primera Comunión, pues el Periódico lo publicaba. El dichoso niño era muy listo, tanto que un día «ha obtenido el grado de Licenciado en Derecho Fulanito, hijo de nuestro querido amigo...», lo cual servía para que te lo echaran en cara y te urgieran a tomar ejemplo. Y si tenía una carrera y había hecho la mili, ¿qué se podía esperar de él? Pues eso: «En la iglesia de Santa María han contraído matrimonio la bella señorita Fulanita con el afamado abogado don Fulanito». Mas eso no se quedaba ahí, sino que a los nueve meses «Ha dado a luz... ». Algunos salían de viaje, bien para negocios, generalmente a Madrid, bien de veraneo, pero como aún no existían Isla Cristina y Matalascañas, la gente iba a Hervás, a Portugal o a su pueblo, como nosotros, que íbamos a Tornavacas. «Han salido para Tornavacas donde pasarán el verano d. Urbano Sánchez Yusta y familia». Desgraciadamente a veces se ponían enfermos o, lo que era peor, sufrían una operación de manera que su nombre y el del galeno que brillantemente le había curado saltaban a las páginas del Periódico. Y si desgraciadamente fallecía no faltaba la esquela e incluso uno nota necrológica.

El periódico tenía sus colaboradores,

el más notorio de los cuales era don León Leal Ramos, que tanto escribía de sus recuerdos de estudiante en Salamanca, que eran bastante rollos, como de los beneficios del ahorro. Nos instaba a tener una cartilla de ahorro, pero a mí no me resultaba fácil conseguirlo pues recibía una soldada de cincuenta céntimos semanales que solamente daban para un cubilete de pipas y un regaliz. Semanalmente aparecía un relación de las necesidades de algunas personas y los donativos que recibía Caritas, que si estaba próxima la navidad eran más generosos y se llamaban «Cena de Navidad» e iban destinados a regalar cenas para tan señalado día. Muy famosas fueron las campañas para financiar la construcción del Seminario y no digamos las de las inundaciones de Valencia.

Tanta lectura de periódicos

y libros no podían pasar sin dejar huella y me asaltó el vicio de escribir. Escribía día y noche y tiraba los escritos día y noche hasta que se adueñó de mi la idea de publicar. Apenas contaba con trece años cuando me decidí a enviar un artículo al Periódico. A mi me parecía muy bueno pero a don Dionisio Acedo, a la sazón director del mismo, no debió gustarle pues no lo publicó. Al cabo de un tiempo reincidí con el mismo fracaso hasta que pasada una temporada don Dionisio, no sé si por piedad o por necesidad de rellenar espacio, lo publicó. No sé cuántas veces lo leí ni a cuántas personas se lo enseñé una vez recortado. Trataba sobre la vida veraniega en Tornavacas. Mi estancia en Salamanca me distrajo de la escritura, lo que no era óbice para que leyera el Extremadura que me enviaba mi madre envolviendo los paquetes de alimentos periódicamente. Entrados los años setenta del siglo pasado recuperé mi pasión y volví a enviar artículos al Periódico que, sorprendentemente, me eran publicados. Hacia mediados de los ochenta Pepe Higuero, director por entonces me invitó a enviar una colaboración semanal.

Todos estos años me he visto

acompañado por el periódico Extremadura que me ha convertido en un CATOVI de adopción. k