Verano del 86. De la caldera-sala de teletipos del Extremadura, en la redacción de La Madrila, sale Don Germán Sellers con una ristra de papel de seis metros que arrastra por el suelo. «Urbano ¿Ha visto la cantidad de cartas que me envían mis fans?». Ya más emérito que real, don Germán transitaba por la redacción como director en forzado ejercicio procurando que sus barbilampiños becarios meritorios no le hicieran alguna jugada de última hora.

Yo tenía preparada la mía.

En el cajón, guardadas, las fotografías de las chicas de la selección australiana de waterpolo, que competían en el Mundial de Natación en Madrid. Todo normal, salvo que aparecían tomando el sol en topless. Esa misma mañana las había publicado ABC, por lo que tenía la coartada perfecta para insertarlas en deportes. Al día siguiente, Sellers me recriminó por qué las había «colado» en el Extremadura, publicación que preservaba el decoro y la decencia. Le espeté, con mucho respeto, «Don Germán… ¿Qué diría usted si esta misma foto la publicara ABC?». «Eso es imposible, hijo, imposible». «Pues aquí las tiene» asesté yo, sacando el ejemplar del ABC que él se había encargado de hacer desaparecer hábilmente el día anterior. Además, le recriminé que él había metido la misma información del Papa dos veces en la misma página, por agencias distintas. Y es que, a los 23 años, le perdías el respeto al más reputado de los mayores.

José María Parra, con su whisky camino del cierre. Félix Pinero, con su silencio, fabricando magia con las palabras. José Luis Guerra, como eslabón de enlace entre la vieja guardia y las nuevas generaciones de periodistas. Andrés Sierra, con su auricular copiando a máquina las crónicas de los corresponsales.

Manolo Fernández, con su Cacereño y la sonrisa picarona de playboy. Nacho, Higuero, Morgado…cuánta gente y demasiadas ausencias que hoy me martillean la memoria. Todo muy familiar, de cuidados extremos con una criatura a la que había que tratar entre algodones: el propio periódico, su estructura, su organización. Enlace emocional con un diario que luchaba frente al poderoso rival regional en inferioridad de condiciones. Telefotos de eventos que no llegaban hasta el día siguiente de su celebración (le pinté con típex unas canas a Felipe González cuando presentó su segundo gabinete al Rey, utilizando la misma imagen de cuatro años atrás), un caótico archivo de fotos en sobres de color crema, el olor de las linotipias, el calor ¡uff! de aquella redacción, el camino a la imprenta de Aldea Moret con las planchas en el coche en plena madrugada veraniega… Máximo, yo mismo, otros aprendices, de cuando la profesión se medía por tareas, no por horas, según el vaivén informativo.

Más que una escuela en

sí de periodistas, una formación intensiva y acelerada de la profesión, el Extremadura era una escuela de personas. k