TEts muy hermosa, con largos cabellos oscuros, y su mirada, profunda e inteligente, roba un poco el alma de su interlocutor al bucearle adentro, en las pupilas, mientras dialoga. Sabe mirar a los ojos, como a la vida, de frente, sin agachar la cabeza. En medio del campo extremeño, preñado de maravillosa primavera, junto a las aguas de Alange, su belleza se torna aún más espléndida. No hay camino que no alcance a transitar con su silla de ruedas y con su corazón, porque ambos están dotados de prodigiosas alas que sobrevuelan las barreras que otros imaginamos. Este mes de mayo hará la primera comunión, y su casa toda es alborozo por tal acontecimiento. Sus padres le regalaron la hermosa posibilidad de ser feliz, porque la hicieron nacer, a pesar de que, nueve años atrás, no faltó quien les sugiriera que era preferible arrancarle la vida en el seno de su madre. Mientras la observaba compartir en alegría sus juegos con mi sobrina Flora, y saltar junto a sus perros sobre dos ruedas, pensaba cómo podrá digerir su intelecto, en el trascurso hacia la madurez, que su vida, que la vida de tantos seres humanos desprotegidos, dependa sólo de la racionalidad ética de una mujer, que debía ser llamada madre; me preguntaba cómo, en el futuro, la sensibilidad de esta niña, ya tan fina y acuciante, podrá soportar el hallazgo de las promociones y rebajas previstas para ejecutar el crimen, en una banalidad hiriente de algo tan monstruoso, que incluso se hace objeto de consumo. Por eso hoy, para aliviar la zozobra, he de reposar en la belleza de Alange, en la risa de unos padres libres y en las alas de una silla cuajada de bienes, sobre todo de vida.