La sonora equivocación en la carrera de Amenábar fue sin lugar a dudas Agora. Trasportó al cine, con desorbitado presupuesto, el género de las novelas mal llamadas históricas para obtener un singular éxito de taquilla, aprovechando el tirón de un pseudo producto literario, y a la par difundir un mensaje cuando menos sectario, sustentado en una burda manipulación de los hechos y en el desajuste cronológico, incluso el que tiene que ver con una escuela que no floreció sino hasta el siglo VII. Basó su relato en un personaje secundario, Hipatia, una virgen según la Suda, cuyos detalles biográficos, algunos inventados durante la Ilustración, fueron engordados con la exageración propia del movimiento romántico. Hoy los coptos del siglo XXI son hombres y mujeres de verdad, y por desgracia, realidad e historia teñidas de sangre; cristianos coptos víctimas de la más vil intolerancia, esa que es posible no sufriera jamás Hipatia, pues la auténtica causa de su muerte, un fenómeno aislado, es aún un interrogante para los eruditos. Esta masacre copta de hoy no es una ficción. Es un abominable crimen, una persecución contra millones de personas, que se ha materializado en veintiuna vidas truncadas y en otros tantos mutilados y heridos, cuyo único crimen es ser cristianos. Lo ocurrido en Alejandría, otrora símbolo de la sabiduría y el progreso, acaece cada día en Oriente, donde son perseguidos por cuestiones religiosas centenares de seres humanos, ante los brazos cruzados del opulento occidente, de su tibieza, de su acomodo, de ese discurso hueco sobre una alianza de civilizaciones que a conveniencia condena según qué terrorismo.