En cierto sentido, podría decirse que demagogia es a democracia lo que marketing es a mercado, aunque, como es de suponer, la realidad a que hacía referencia la palabra griega demagogia ya existía mucho antes de inventarse la democracia. Sin embargo, es en la degeneración de ésta última donde definitivamente el uso y abuso de esa argucia retórica encuentra su "hábitat natural". Porque en democracia, como se sabe, el poder político es un trasunto de la voluntad popular, que quien aspira a gobernar ha de captar con el único auxilio de la palabra. Y, según todos los indicios, para conseguirlo no es tan importante la verdad como su apariencia; tal es así que ya los griegos se dieron cuenta de ello y acabaron creyendo que para tal fin era más conveniente lo que podían enseñarles los sofistas que lo que podían aprender de los filósofos (esos seres raros, vivían ellos, que no suelen estár en la realidad de las cosas...). En fin que, también entonces como ahora, ya los políticos procuraban más dirigir sus palabras al corazón que a la razón, para movernos así a actuar con razones que, según pretenden ellos, la razón no tiene por qué entender. Y ya sabemos a dónde nos condujo eso en otros momentos de nuestra historia.

Estemos alerta, pues, sobre esta forma demagógica de captar voluntades en el terreno político, porque si no somos conscientes de que con esa intención están siendo manipulados nuestros sentimientos más elementales, podemos quedar a merced de intereses que no sean los nuestros. Y, en el momento actual, si la "salud" de una democracia se midiera por su nivel de demagogia, la nuestra estaría para entrar en la UVI.