En diciembre del pasado 2014, hace ahora poco más de dos años, una historia sobrecogía a millones de españoles. Manuel, que todos los años compraba el décimo de la lotería de Navidad del Bar Antonio, no había podido cogerlo esta vez. No pasaba un buen momento económico y, casualidades del destino, ese año, el Gordo tocó allí. Bajó a felicitar a sus vecinos, con lágrimas en los ojos, mitad rabia, mitad decepción. Apenas duró dos minutos y, al pagar el café, Antonio le pidió 21 euros. Uno por el café y 20 por el décimo premiado que guardó. Una historia que impactó a los españoles.

Dicen que, a veces, la realidad puede llegar a superar a la ficción. En Almendralejo ha ocurrido. Julián Mateos, propietario del complejo Las Rocas que la crisis se llevó por delante hace años, dejó de comprar el décimo que uno de sus amigos de toda la vida, Alonso Céspedes, le traía por Navidad. Juntos, formaban parte de un grupo de compañeros que antes del sorteo se reunían en un bar, años atrás el suyo propio, para intercambiarse los décimos que habían comprado en diferentes lugares de España. Julián ya no podía. Su economía de guerra le había privado de excesos. Lo básico y nada más.

Alonso, viajante dedicado a la correduría de vinos por todo el país, había pasado unos días en su apartamento de Fuengirola durante el puente de la Constitución. En su maleta, ropa, vinos y una lista de décimos. El último día bajó a la administración más cercana. «Cómpralo bajito», le gritó su señora, María. Pidió el 04.536, el más bajo que allí había. Sólo 28 tenía la tira. Pero necesitaba 30. Pidió cambiar de número, pero la lotera, en un alarde de lucidez, buscó en otros lugares y pudo sacarle dos décimos más de máquina.

Semanas antes del día 22, Alonso repartió los décimos entre sus amigos, familiares y compromisos. Uno de ellos estaba reservado, pero seguía bajo su mesilla. La noche antes del 22, María telefoneó a casa de Julián: «Juli, te hemos guardado el número. Da igual que no nos lo puedas pagar. Es tuyo, como siempre. Apúntalo». Julián se negó. Tras 20 minutos discutiendo, Loly, esposa de Julián, tomó el teléfono. Insistió en que no dijeran nada del número y que lo dieran a otra persona. Pero la familia de Alonso se negó. «Apúntalo. Es el 04536. Hasta mañana». Al día después, Julián y Loly conducían de compras cuando el teléfono sonó. Julián lo miró. Era María, la mujer de Alonso. «Julián, que sí, que nos ha tocado». El segundo premio, con 125.000 euros, era el 04536.

«Esto es algo que lo hacen muy pocas personas en este mundo», confiesa Juli ante el amigo que le ha cambiado la vida. Alonso Céspedes lo mira con ternura. Con emoción en los ojos le dice: «es un regalo que sabía que nadie podría hacerte nunca». Fue el único de los amigos del grupo que le había guardado el décimo. «No podría haberme perdonado que hubiera tocado sin haberle dicho nada. Sabía que lo estaba pasando mal», comenta Alonso.

Ambos son amigos desde hace años. Han compartido negocios, tristezas y alegrías, pero por encima de todo una fidelidad que no ha podido romper jamás la avaricia. Ahora recuerdan batallas del pasado y dan gracias a cómo el destino les ha vuelto a unir. «Verle celebrar con todos los amigos el premio ha sido mi mayor alegría».

Alonso, que suele comprar ese décimo en La Mancha. por despiste lo dejó pasar. En Fuengirola se quedó un décimo que regaló a ‘El primo Cani’, un trabajador de tumbonas en la playa al que decidió intercambiarle un décimo antes de marcharse. «Lo llamé y estaba loco. Por lo que se ve, era un décimo que estaba para compartir».