El viernes pasado un grupo de almendralejenses acudimos al homenaje que se le tributaba a Carolina Coronado (1820-1911), en dos lugares bien significativos. Uno era el Ayuntamiento que, además de ser el elemento administrativo y simbólico por excelencia, añadió el viernes una emotiva carga, pues las palabras de la escritora que leyó el alcalde hacían referencia a esa "mansión señorial" (la de Monsalud), donde nació Espronceda y donde nos encontrábamos. Se ligaban por tanto dos centenarios recientes y sobre todo quedaban cosidos, en la palabra de Carolina, los dos escritores de nuestro pueblo. ¡Y qué escritores! Tuve la sensación que, cien años después, asistíamos al nombramiento de la Coronado como hija predilecta de la ciudad. Hija predilecta no porque fuera una escritora de éxito o porque a la literatura se dedicase, eso serían hechos no meritorios para el título; hija predilecta porque el nombre de Almendralejo, desde 1839 (tampoco antes) no ha sido por ninguna mujer tan difundido, tan publicitado, tan orgullosamente llevado. Fíjense que en 1874 peleó por obtener de la herencia de sus padres, como único bien, su casa de Almendralejo, esa que se encontraba en la plaza actual de Espronceda, antes plaza de los Caños, junto al teatro que lleva su nombre, en la calle que lleva su nombre. Ese fue el segundo escenario del viernes con la corona de laurel obligada a los pies de su escultura, el emotivo descubrirse de una placa y la lectura de un poema. Sea bien venido el año de una escritora social, ecologista, comprometida: con la mujer que tiene miedo, con el esclavo, con los niños del hambre, con la educación de las minorías, con su tiempo.