TNto nos es indiferente la ideología de un político a la hora de emitir un juicio moral sobre su conducta, porque si los corruptos están entre aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza y lo que predican coincide con lo que creemos, su corrupto proceder es un torpedo en la línea de flotación de nuestra fe ideológica. Además, el alineamiento emocional anejo a nuestra identificación con unas determinadas ideas políticas se ha ido fraguando en la medida en que ellas se encarnaban en personas concretas, en ejemplos vivos; si estos nos fallan, estamos abocados a la decepción y al desencanto. Ello no implica, forzosamente, que nuestra fe en el sistema democrático corra el peligro de derrumbarse; ésta, por pura racionalidad, está firme y a prueba de bombas.

En consecuencia, que una formación política con la que nos identificamos descubra casos de corrupción en sus filas y se reconforte a si misma diciendo que tal cosa ocurre en todas las familias, no es algo que podamos aceptar fácilmente. Se aproximaría más a lo esperado el que pidieran perdón públicamente y mostraran algún propósito de enmienda, porque no creo que ese tipo de justificaciones satisfaga a nadie, excepción hecha de seguidores fanáticos.

Ningún político debería olvidar el compromiso de rectitud moral que asume al ser elegido, pero por aquello del dime de que presumes y te diré de lo que careces, algunos deberían tenerlo más presente que otros. Si no, amigo mío, como decimos aquí, se nos caen todos los palos del chozo. Así lo sentimos y así libremente lo expresamos.