TRtedactando estas líneas, me llega la noticia de que Eluana Englaro ha dejado de vivir. El Decreto de Berlusconi prohibiendo su muerte se debatía en el Senado mientras en Udine se producía el desenlace fatal. ¿Cómo empezó el proceso? El padre de Eluana pidió a la Justicia que la dejaran morir "porque él, su padre, no podía soportar el sufrimiento de ver así a su hija". Comprendo el dolor de este padre que ve, año tras año, el deterioro "estable" de la salud de su hija. No quiero juzgar sus intenciones que, por otro lado, sólo Dios conoce; pero el caso, objetivamente considerado, en mi opinión ha creado un precedente muy destructivo en el camino de la eutanasia para la sociedad entera. ¿Qué padre no tiene un dolor "insufrible" ante su hijo, paralítico cerebral profundo, que ni siquiera puede pronunciar el dulce nombre de "papá"? ¿Qué madre puede soportar la angustia lacerante junto a la cama del hijo que en accidente perdió las piernas? ¿Qué hijo no siente partírsele el corazón en presencia de su padre o de su madre que ya, por demencia senil o por alzheimer, ni siquiera lo reconoce? ¿Pueden esos padres o ese hijo presentarse ante el Juez y, basándose en el dolor que les produce a ellos la situación de su familiar, pedirle que les autorice a dejarlos morir de hambre y de sed? Estamos deshumanizando la vida y, mientras nos inventamos "nuevos" derechos humanos, podemos caer en la tentación de suprimir el primero y más sagrado "de siempre" que es el derecho a la vida. La respuesta no es dar la muerte; es prodigar amor que ayuda a afrontar el dolor y la agonía de modo humano.