Mi doctora de cabecera me ha pedido cita con el forense. Tal cual. A portagayola. De paso, un análisis de orina y un electro. ¡Ole, qué arte! Puntito manso, trato de huir, pero en la puerta de chiqueros, guardándola, aparece la ATS con la jeringa. Vuelvo al capote de Doña Manuela. La larga trae cola. «Muchacho, es usted una bomba andante». Lo de muchacho es lo único que no dijo,… pero me hubiera gustado que lo dijera. Nihil novum sub sole. Risueño, embisto. Le debo parecer gilipollas (con perdón). A veces, hasta me lo parezco a mí mismo. No niego que en los últimos años le he dedicado más tiempo a mi humidor que a mi salud. Así, ahora, tengo los puros canela en rama, y la glucosa disparatada (de disparate). Olé la media, Doña Manuela, suena usted a doña, mantilla y gloria. Ovación. Hay faena.

Tal y como me lo cuenta, temo más por su salud que por la mía. ¿Estaré vivo, estaré muerto?, me pregunto. ¿Cómo no ha venido usted antes?, me pregunta. Lo vas dejando, lo vas dejando,… Resulta ser cierto y verdad que mi último análisis de sangre y orina fue allá por navidades. Cuatro meses, y aún medio vivo. La bragueta algo suelta. Entre nosotros, y sin que salga de Extremadura, del todo. Suelta del todo, digo. Cuatro meses que me he zampado sin saber que estaba a dieta. Morir, vivir,… credo legionario, lo único insufrible es vivir siendo un cobarde. Legía (con g) y leche de pantera para el mal trago. Así que recobro el pulso, y como el bravo, vuelvo a las telas. Que si las trasaminasas, los triglicéridos, el colesterol, la hemoglobina glicosidada y el cajón completo de los garapullos. Banderillas negras. En todo lo alto. A pares. Los banderilleros, Factor Reumatoide y Síndrome Metabólico, saludan montera en mano. ¡Qué grandes! Y qué oscuros…

Me medio indultan cinco minutos. Me dejan salir para comprar insulina bajo promesa de volver. ¡Pasadito de romana!, jalea un pavo en el pasillo de espera, tan estrecho como el callejón del miedo. Dios te conserve las manos para aplaudir al arrastre, mala sombra. Salgo. Compro. ¿Vuelvo? Volví. Según la ATS, mujer versada, que estudia Derecho y si no fuera por lo de la jeringa sería un sol, poliuria. Y de paso polifagia y polidipsia. Ahí es cuando me viene al caletre William Faulkner: dipsómano, descreído y faldero. Pecados, los tres, que no creía tener en el esportón de las miserias. Hasta hoy. Ahora soy polidípsico, que debe ser algo así como dipsómano pero tirando a pobre. Agua mineral y leche chocolateada, que de ésta me barrunto que se viene abajo la cotización bursátil del mollete antequerano. Carmen, no la de Mérimée, la ATS del Centro de Salud de Los Pinos, me regala un pinchaúvas para dedos. Y, tras un electro de campaña y tentetieso, me pone en suerte.

De vuelta al ruedo la doctora despacha cinco tandas de volantes por ambas manos. De adorno una de orina y otra de glucosa barriendo con la muleta. Se acabó la faena. El toro (enfermo) no tiene más muletazos. Y, cuando ella saca el estoque y se perfila, al torito le rueda una lágrima y una súplica: «Doctora, lo de Trujillo,… que el domingo estoy de jurado, y que si no cato una mijina los treinta y seis quesos finalistas la liamos». Fueron mis últimas palabras. Sin puntilla. Dos orejas y rabo (poliúrico).

P.D. El mancebo de la farmacia (que debutaba de luces) me despachó insulina sin agujas. ¿Qué hago? Lola, ángel de la guarda, ¿no tendrás por ahí tres o cuatro puñales? Y Lola vino.