Si Perico Repulgo, que tenía respuestas "pa tó", se hubiera topado con una gasolinera cerca de su casa -entre la Alberca Nueva y el Puente Palominos- se habría quedado mudo. "¿Pa qué quieren aquí ese trasto?" Se preguntaría mirando perplejo al surtidor desde lo alto de su burrino. A poco tardar, su innata perspicacia le haría intuir un mundo que ya no sería el suyo, y su sensatez de hombre llano le llevaría a aceptar que los que saben de esas cosas tendrían razones para poner aquello allí, lo que seguramente no le impediría convertirlos en protagonistas de sus chistes y socarronerías. Pero hay algo que a Perico le habría quedado aún más mudo y perplejo, y es que se enterara de que le quieren hacer una estatua. Porque como recio campesino, no debía ser un hombre que pudiera caer fácilmente en la complacencia de los halagos; su sana campechanía le impediría dejar de ser el mismo de siempre aunque le hicieran un retrato de piedra y lo pusieran en la misma calle Real. Así nos imaginamos a nuestro Perico Repulgo, porque así nos recuerda una forma de ser muy nuestra: franqueza, sencillez y espontánea cordialidad, bondades personales que siempre hemos valorado y que, a veces, echamos de menos en este Almendralejo de hoy. Quizá, algo tendrá que ver con ello la intensidad de ciertos debates sobre política municipal que vienen avinagrando desde hace algún tiempo la convivencia cotidiana.

Si todos los almendralejenses de pura cepa tenemos algo de Repulgo y es bueno que no lo perdamos, como cree el amigo Santiago y nosotros también, entonces hagámosle una estatua que los lo recuerde a diario.