TNtada hay en el mundo tan presente como la muerte. Todo lo que nace, crece, se reproduce y muere. Podríamos decir que nacer es estar destinado a la muerte. Sin embargo no nos gusta hablar de ella. Incluso rehusamos llamarla por su nombre. Es un tema tabú en nuestra sociedad del bienestar. No hablamos de la muerte sino del "deceso". No decimos que el amigo tal se murió sino que "nos ha dejado", que "se ha ido" A lo más que se llega, por estas fechas, es a jugar burlonamente con los muertos en esa celebración ridícula e importada del Halloween, aludiendo a su más allá entre mascaradas de horror. Y es que parece que tomar en serio la muerte "deprime un montón" porque, acostumbrados a gozar locamente de todo en la vida, ella supone su fin y el no retorno de lo placentero. El creyente sabe que hay alguien más que los familiares y amigos, que te lloraron al morir, que recuerda tu nombre. Ese alguien es Dios que no sólo te tiene presente en su "recuerdo"; te tiene muy dentro en su corazón. Este pensamiento es muy importante porque en el corazón solamente caben aquellos a los que se ama. Dios existe y es Amor y, al tenerte en su corazón de Padre, te hace partícipe de todo lo suyo; te hace participar también de su eternidad. En El no solo sobrevive tu nombre; sobrevives tú. Leía un interesante artículo de Martín Gelabert que terminaba: "Con la muerte parece que todo se para y aparece un profundo vacío. Pero para los que creen en Cristo se trata de un vacío lleno de Dios. A la muerte no hay que temerla, porque no hay que tenerle miedo a Dios". Por algo san Francisco de Asís la llamaba "la hermana muerte".