TStolo sé su nombre: José Luis. Era un joven de la parroquia de Ntra. Sra. de Covadonga, de Madrid. Estaba en fase terminal; lo habían operado de cáncer de lengua. Como no podía hablar, iba plasmando cada día en un cuaderno sus deseos humanos y espirituales. Mandó que en su lápida sepulcral fuese grabada esta inscripción: "En realidad, quien quiere la amistad de Dios la tiene ya". En el cuaderno escribió con trazos vigorosos y fuertes -casi trágicos- una oración que transcribió su novia, Camila. Decía: "Oh Cristo Jesús: cuando andabas por la tierra, de ciudad en ciudad, curabas a todos los enfermos que te salían al paso. Ahora soy yo el que está enfermo y por eso te ruego con mucha fe de mi corazón: Hijo de David, ten compasión de mí y échame una mano. Si quieres, puedes curarme a mí también. No recuerdes mis pecados y mis rabietas por los cuales merezco sufrimientos más grandes que los que sufro ahora. Estoy avergonzado de mis pecados. Por tu amor te pido que los perdones. Quiero mejorar sinceramente y, cuando vuelva a la salud, voy a hacer todos mis deberes de cristiano. Rezo por mi salud y por la vuestra. Desde ahora quiero ir por el camino de tus mandamientos y, para agradecerte siempre, quiero presumir de tu amistad... Oh María, salud de los enfermos: Pon mi nombre en tu corazón como el tuyo está en el mío. Ponte de mi parte. Ten mi nombre para tu lista. Soy José-Luis". Dicen que murió como un santo. Que él pida en el cielo por todos los enfermos terminales para que tengan, como él, una muerte dulce rodeados del amor de Dios y de sus seres queridos.