Seguramente, el partido Barcelona-Real Madrid ha concitado a un mayor número de personas ante la pequeña pantalla que el anuncio de los resultados de las elecciones catalanas. Pero es un poco absurdo que hagamos tales comparaciones porque lo que nos jugábamos el día anterior al famoso "derby" futbolístico no es algo que se pueda poner en el otro lado de la balanza de nuestros intereses, no están en el mismo orden de cosas. Sin embargo, siempre ha habido personas empeñadas en politizar enfrentamientos deportivos como el señalado, algo que podía esperarse también en esta ocasión, dada la coincidencia con la jornada electoral. Y el mayor culpable de que para un creciente número de aficionados la imagen del equipo más conocido y querido del fútbol catalán se haya ido asociando cada vez más con el catalanismo independentista, es un señor apellidado Laporta. El es quien en su etapa de presidente del club, apoyándose en los éxitos deportivos, lo ha utilizado descaradamente como trampolín para su proyección política. Y lo ha hecho, en perjuicio del mismo, con clara desconsideración hacia los muchos españoles de todos los rincones del país que han sido y quieren continuar siendo seguidores incondicionales de los colores blaugranas. Ahora, tras oírle hablar abiertamente en la reciente campaña electoral, se cargan de sentido algunos de sus comportamientos en la etapa anterior, en los que siempre creíamos percibir una clara intencionalidad política. Laporta, un total desconocido antes de alcanzar la presidencia del F. C. Barcelona, ha jugado con éste su particular partido, pero sin balón y sin juego limpio.