No existe libertad. Esta es la raíz última del problema que se ha suscitado en un centro escolar de Almendralejo. El modelo para alcanzar esa libertad va más allá de la fotografía política y de las intenciones de dos líderes regionales ante un acuerdo en materia educativa. Los padres católicos no podemos elegir que nuestros hijos estudien en los centros que así se declaran. Estamos obligados a no poder trasladar a nuestros hijos fuera de su lugar de empadronamiento, y, condenados a ello, dependemos de ese mismo padrón que nos impone una escuela concreta. La administración no considera la demanda que un centro pueda tener para aumentar sus unidades; aceptar este hecho por parte de la autoridad supondría el cierre de muchos colegios y el fracaso de una política educativa cuajada de inversiones materiales. Hemos vivido cómo en una población vecina la Consejería ha cerrado una línea de primaria a un colegio concertado católico, entre otras razones porque algunos de sus alumnos aspirantes no eran de Villafranca. No somos los católicos padres que anhelamos aulas con tufos franquistas. Franco fue un dictador con una cronología que afortunadamente yo no he vivido y a los católicos nos mueve la fe que no se adscribe al tiempo. "Franquistas" por su antifeminismo son los velos que tapan el cabello femenino o la imposibilidad de orar en pantalones, algo que tampoco conocí, y que lamento se produzca en el siglo XXI, entre convecinas mías, que practican otra religión. Los Consejos Escolares han de ejercer su responsabilidad y las minorías aceptar las relaciones preferentes de nuestra Constitución con la Iglesia Católica.