Hace días celebrábamos la fiesta de los Mártires españoles del s. XX. He aquí el ejemplo de uno de ellos: Alfredo von den Brule, español con apellido alemán, era alcalde de Toledo. Durante los trece meses que gobernó la Ciudad imperial se granjeó el cariño de los toledanos que reconocieron la sensibilidad social y la dedicación de su alcalde. Tras las elecciones municipales de 1931 a las que ya no se presentó a pesar de que los vecinos de la ciudad del Tajo se lo pidieron insistentemente, tuvo lugar el cambio de régimen, la proclamación de la República y el exilio del Rey Alfonso XIII. Su acendrado catolicismo y su amor a la patria le hicieron dedicarse con empeño a defender los intereses de España oponiéndose a los excesos "del separatismo, la desmembración y la destrucción de nuestra nación". Días antes de estallar la guerra civil, invitado por su cuñado a exiliarse en Francia, se niega rotundamente "porque no he hecho mal a nadie". El 18 de julio de 1936 es detenido y, tras una liberación de breves días, el 29 de agosto se lo llevan de casa unos milicianos. Antes, reza el acto de contrición ante un Crucifijo y se despide de su mujer y sus siete hijos diciéndoles: "Hijos míos, sed buenos; amad a la Stma. Virgen. El don más preciado que me ha dado Dios es la fe; os espero en el cielo... Perdonad a mis asesinos como yo los perdono y, si un pedazo de pan os dejo, compartidlo con ellos y con sus hijos. Os pido que me lo juréis". Veinte minutos después, era fusilado a las puertas del Monasterio de San Juan de los Reyes. Su vida es ejemplo de servicio al bien común y su despedida, modelo de fe, de amor a los enemigos y de esperanza en la vida eterna.