TTtodo está consumado". Cumpliste, Señor, el encargo que te encomendó el Padre. Ya no te queda nada por hacer. Y mueres. Tu muerte, humanamente hablando, fue un crimen porque fue la muerte de un inocente. Ya lo confesó Judas: "he pecado entregando sangre inocente". Y Pilato lo reconoce palmariamente: "no encuentro culpa alguna en este hombre". Sin embargo, Señor, a pesar de esta confesión de inocencia, te manda a la cruz. Tu muerte fue injusta porque eras inocente. ¡Tantas muertes de inocentes, Señor! Y entre los inocentes, los más inocentes: los niños no nacidos. Desde la matanza de niños en Belén, ordenada por Herodes, hasta las innumerables muertes de inocentes en las clínicas abortivas, autorizadas por legisladores que se apoyan en los votos conseguidos -¿tal vez en mi voto, Señor?- para aprobar la ley del aborto, ¡cuánta vida en ciernes segada! ¡cuánto proyecto de vida, ya en curso, maldecido! ¡cuánta simiente florecida agostada para siempre antes de ver la luz! ¿Qué culpa tiene un niño de haber sido concebido? Muchos hogares, Señor, han sido profanados por el aborto. Tal vez circunstancias dolorosas y difíciles -solo Tú las conoces- hayan sido el detonante de una decisión tan traumática y tan terrible. Quita del pecho de la madre en apuros, Señor, el deseo de matar al hijo que lleva en sus entrañas. También "mueren", esos inocentes a quienes han arrebatado su inocencia pederastas infames -entre los que no faltan algunos sacerdotes- y que tienen que arrastrar su "muerte" ignominiosa en el resto de sus vidas. Basta ya de muertes de inocentes, Señor. Que la tuya, que recordaremos pronto, nos ayude a todos a reflexionar.