No ha pasado mucho desde que, entre nosotros, una sociedad machista imponía a la mujer la obligación de cubrirse con un velo al entrar en la iglesia. Y no nos justifiquemos diciendo que la mujer hacía tal cosa por respeto al mismo tiempo que el hombre debía descubrirse. ¿Acaso creíamos entonces que ofendía a Dios la cabeza descubierta de la mujer? No, la imposición no venía de nuestra relación con Dios sino de nosotros mismos, de la consideración y el trato de seres humanos de segunda categoría que los hombres, mayoritariamente, hemos dispensado tradicionalmente a las mujeres. Este es el fondo de todas las imposiciones machistas, aunque hayamos utilizado la religión para convencer a la mujer de que Dios le imponía el uso de esas "celosías" del cuerpo femenino y otras humillantes obligaciones.

Recordemos también que no fueron precisamente la leyes de los hoy estados laicos, en que se practicaba y se sigue practicando nuestra Fe, las que abolieron ese y otros usos propios, sino que fue la misma Iglesia la que acabó aceptando la dinámica social de cambio que en su momento imponía esas supresiones. Por ello, nos preguntamos ahora, ¿puede esa misma fuerza de cambio de la sociedad actuar en forma de péndulo y llevarnos a considerar aceptables el uso de velos, hiyabs y burkas? Motivos hay para tal pregunta, pero hemos de confiar en que nuestra evolucionada sociedad, la que reconoce igual dignidad a hombre y mujer, y les otorga plena igualdad de derechos, no acabe creyendo que ante el empuje de otras culturas necesitamos reforzar la nuestra recuperando usos que ya hemos desechado por injustos e irracionales.