De cuando en cuando, en algunas cadenas televisivas nacionales se demoniza el PER; de cuando en cuando en otras cadenas de soporte ideológico distinto los empresarios son presentados como monstruos defraudadores. Ambas posturas, formuladas desde las urbes con desconocimiento de la realidad, ciertamente enervan. Es verdad que el subsidio agrario fue necesario (que continúa siendo necesario en algunos supuestos) pero no es menos verdad que son numerosos quienes han hecho, con singular picaresca, toda una manera de vivir a base de peonadas reducidas. Es cierto que existen empresarios de moral dudosa, pero no es menos cierto que la mayoría de los emprendedores agrícolas desearían que los individuos contratados no se negasen a trabajar si con las peonadas reales que se les ofrecen no les salen sus cuentas para luego cobrar el subsidio. Aquí llega la vendimia y dicen que hay que agachar la cabeza y permitir que aquéllos declararen menos peonadas porque si no es así, se niegan a trabajar y la cosecha se quedaría en el campo. Entiendo que solventar el fraude, este hábito desafortunado que ya se hereda, no es una utopía. Imagino que se han buscado soluciones, pero nadie ha propuesto ninguna para ser debatida en seriedad. Acaso debiera estimularse en el medio rural, de una vez por todas, el contrato indefinido temporal, con sus singularidades respecto al ejemplo más cercano, el de la hostelería. Tal vez el acicate de saber que a mayor tiempo trabajado se puede percibir más subsidio, cambiaría una mentalidad, que pesa como una losa, y duele en todos los bolsillos, más en estos tiempos de crisis.