Descifrar el genoma humano, clonar seres vivos, recrear el Big Band y, ahora, sintetizar una célula: algunos siguen jugando a ser Dios, o probando hasta dónde pueden serlo. Y parece ser que su intención final no es ya clonar seres humanos, sino crearlos ex novo , pretendiendo así una presunta perfección biológica y psíquica.

No podemos evitar el preguntarnos: ¿entran en los planes de Dios estas posibilidades? Y si no es así ¿aceptará el Ser Supremo que lleguemos a descubrir su ciencia y podamos alterar su obra? Obviamente, sólo hay una posibilidad de evitar estas preguntas: no creyendo en su existencia. Pero, ¿qué podemos hacer los creyentes? ¿cuál debe ser nuestra postura y comportamiento ante esta forma de actuar de una parte de la humanidad? ¿nos ofenden profundamente tales intentos y, en consecuencia, debemos oponernos activamente a ellos? La razón indica que si creemos en un Dios todopoderoso deberíamos tener una confianza absoluta en El, y que, además de no resultar por tanto necesario, nunca podemos obligar a los no creyentes a que actúen según las normas que se derivan de nuestra Fe. Quienes piensan que sí pueden y deben hacerlo, por creerse instrumentos del Creador para imponer su voluntad por la fuerza -como ocurrió en otras épocas y ocurre actualmente con otras religiones-, están poniendo en duda la omnipotencia divina, porque sería un argumento circular y fanático el decir que Dios la ejerce así a través de ellos. ¿Qué nos queda, pues, a los creyentes que no tenemos la fe del carbonero? Sin duda, la virtud de la esperanza y el dar testimonio de ella, lo cual no es, precisamente, una actitud pasiva.