No ha mucho, con rancio tufillo, un periódico regional, so pretexto de analizar las subvenciones agrícolas, arremetió contra la libertad prioritaria del individuo, que es el vivir donde le plazca. A su parecer, los propietarios que invierten en Extremadura, cuidan del patrimonio agrario (ecológico), generan trabajo y pagan sus impuestos, al no estar en ella empadronados, no merecerían consideración. Por ese mirar de embudo, las cadenas extranjeras de alimentación, las hoteleras, que aquí se instalan, no deberían recibir un euro en ayudas, y sí nuestro abucheo más sonado.

Más valiera que ciertos periodistas recabasen información sobre el escalofriante abandono de nuestro principal patrimonio, la agricultura. Las subvenciones serían innecesarias si los empresarios recibieran lo que les pertenece, si los precios estuviesen en su sitio, y también en el suyo los del gasóleo, o el IVA (Impuesto del Valor Añadido) que amenaza en su ascenso sobre los piensos y abonos, en un etcétera que no cabe en esta breve columna. Para los agricultores la subvención viene a ser la indemnización obligada, la limosna administrativa para suavizar alguna conciencia. Vayan a ellos, señores periodistas, a los extremeños que este año han llorado al ver sus cosechas sin recolectar, a las difuntas explotaciones ganaderas. Vayan a preguntar a esos, para ustedes, "señoritos de Madrid", verán qué alejado está el concepto feudal con la realidad de su trabajo, de sus inquietudes, de su brega de viajes y sudores para que sus hectáreas sobrevivan y con ellas muchas otras bocas. Y recen, porque al menos llueva, agua y consciencia.