Para los que creen en ello, han pasado unos dos mil años desde que un ser extraordinario, humano y divino al mismo tiempo, vino a este mundo a transmitir un mensaje de esperanza a quienes sufrían y se preguntaban por su destino. Ese mensaje se difundió por casi todo el mundo a lo largo de esos dos milenios inspirando en hombres y mujeres de todas las épocas las más bellas y loables acciones y actitudes humanas, sin que ignoremos su perversa utilización en determinados momentos de la Historia. No podemos negar que desde el laicismo, e incluso el ateísmo, también se pueden despertar en nosotros los más nobles sentimientos, incluidos el de la justicia y el del amor al prójimo; pero quienes hoy en día así se declaran y así sienten, fuera de la fe, no podrán negar que, en todo caso, esos buenos sentimientos coinciden con los que han venido guiando a los auténticos cristianos desde que aquel enviado de Dios viniera a despertarlos en ellos con su palabra y su ejemplo. Porque, obviamente, El no podía venir a pedirnos algo inalcanzable para nuestra debilidad humana. El vino a pedirnos, pues, que nos dejáramos guiar por la bondadosa naturaleza que el Creador nos había dado haciéndonos "a su imagen y semejanza". Por eso, para despertar la innata bondad del ser humano, la venida del Mesías fue necesaria, porque siguiendo su mensaje la humanidad puede re-ligarse al Ser Supremo. Esto es lo que mayoritariamente venimos recordando los españoles en estas fechas desde hace mucho tiempo, y si a ello nos ayudan los belenes, villancicos y crucifijos, no tenemos por qué renunciar a su presencia, ni pública ni privadamente. ¡Feliz Navidad!