La Madre Tierra, que no sabe de discriminación positiva, ha sacudido sus entrañas y la desgracia se ha cebado con el sufrido pueblo haitiano, sumido en la pobreza y el subdesarrollo. Un pueblo formado mayoritariamente por los descendientes de los negros que nosotros, los españoles, tras diezmar a la población indígena, trajimos de Africa para trabajar como esclavos en aquella isla que llamábamos La Española. Haití, la parte occidental de esa isla, es ahora el país más pobre de toda América, y esa responsabilidad le corresponde mayormente a Francia y Estados Unidos, que la ocuparon sucesivamente tras la cesión de España. Pero, eso sí, todos contemporizaron con los dos dictadores de la isla (Duvalier y Trujillo), amasadores de grandes fortunas a costa de la miseria de millones de haitianos y dominicanos.

Con toda seguridad, cuando la actual campaña de solidaridad internacional -mediática y caótica, pero elogiable en cualquier caso- finalice, Haití seguirá siendo uno de los países más pobres del mundo. Europeos y norteamericanos seguiremos pasando cerca de allí en yates y cruceros de lujo, o tomando unos días el sol caribeño en aislados y exclusivos "resorts", propiedad de empresas foráneas (porque la pobreza es local y la economía global). Habremos caído entonces en la cuenta de que las catástrofes naturales ocurren en todos lados, lo que pasa es que a los más pobres les coge peor preparados y, claro está, la culpa de que los pobres sean pobres sólo la tienen ellos. Y ya volveremos a estar plenamente ocupados en salir de nuestra crisis, hasta que otro terremoto sacuda nuestra voluble conciencia.