No hace falta desplazarse mucho para disfrutar de la belleza y sosegar con un pellizco de sabio ocio el espíritu, ese espíritu acaso agobiado por la economía y por las noticias de una política cuajada de turbulencias. Y si además, de manera añadida, con nuestro viaje apoyamos una tradición tan antigua, que es sustento de algunas familias de esta Tierra de Barros, sumamos un bien sobre otro bien. Salvatierra celebra el próximo fin de semana su feria de la alfarería; ¡qué maravilla! ese "pueblo de búcaros de rojo barro", como Carolina Coronado lo apodó, nos abre sus puertas, como siempre hace, y con ellas las de su naturaleza sorprendente, aún no agostada en los verdes merced a las extensas lluvias de este invierno. Todavía hoy, como en 1850, fecha de publicación de la novela Jarilla , podemos espaciar en Salvatierra nuestros pensamientos -tal recomendaba nuestra célebre paisana- mientras contemplamos "los deliciosos paisajes" desde lo alto del soberbio castillo; todavía hoy podemos deleitarnos entre los álamos, los olivos, las encinas, los huertos, que "pululan a su planta". Y verán allí, bajo esa misma planta del castillo, otro paisaje, el de los alfareros de torno y pedal, que no renuncian al amor al barro, por más tecnologías que les abrumen; esos artesanos hendidos en la esencia de la tierra, esos artesanos que saben cuán importante es vivificar la tradición y entregarla, en su caso, en forma de barril, de piche, de cántaro, de jarrón o de zarcillo de barro. Son útiles, adornos o caprichos exclusivos, decorados con femenino mimo, el de las mujeres de Salvatierra, que todos podemos permitirnos, incluso entre tanto recorte de gasto.