San Silvestre nos convocará a media noche entre la alegría y la nostalgia. Las campanadas anunciarán en dos días la esperanza de los vivos y el recuerdo a dentelladas de los ausentes. Pasan en resumen las imágenes de un año y los anhelos triturados en doce uvas, anexas a ritos que la superstición ha ido colocando en nuestros hogares con peregrinos sincretismos. Lentejuelas y confetis serán una cortina que nos aísle del dolor por una humanidad que pasa hambre en nuestra rara exclusiva de habitar una parte mínima del mundo en privilegio. Los brindis alejarán unos minutos la asfixia por tantos problemas nacionales, para volver al día siguiente, entre una leve resaca, a los recortes que la crisis va dejándonos y a la crispación y el desgaste que buena parte de los políticos van acumulando entre nuestros quehaceres.

Pero en San Silvestre miraré yo a mi pequeño círculo, acaso en egoísmo pasajero, a mi pueblo y a sus gentes, para valorar del año su mejor parte. Me complace, ante la lluvia de negaciones, observar la valentía del comercio y la hostelería local y contemplar la apertura de nuevas inquietudes con la complicidad de los consumidores; felicito a quienes han hecho posible los dignos accesos a la ciudad desde Badajoz y Sevilla, a la realidad del edificio para el Archivo Histórico Municipal; recuerdo la feliz organización de nuestra Feria de agosto, la dicha de ser recipiendarios de la universidad de Mayores y de los Grados universitarios en Santa Ana, o el buen hacer de Cáritas, entre tantas otras cosas. Piensen ustedes también en algo bueno, queridos lectores, y reciban de mí los mejores deseos para la noche de fin de año.