TNto recuerdo -y camino al medio siglo- un furor patriótico como en el que estos días estamos viviendo. Hay una mezcla de pasión y de orgullo por pertenecer a una entidad común mucho más honda que la que de manera fugaz puede provocar un éxito deportivo de la magnitud que la selección española de fútbol nos ha regalado. Y este sentimiento, como a tantos otros compatriotas, me hace muy feliz. En una era de imágenes la emoción que sentí ayer de madrugada al ver Manhatan iluminado con la bandera española gracias a las luces proyectadas desde lo más alto del Empire State, contrasta de manera casi ridícula con las pancartas que estos días algunos hacían ondear en Barcelona con su "Adeu Espanya". Lo siento por ellos, porque hoy el mundo, todo el mundo, mira y saluda a una única nación, con una sola bandera y un solo corazón: España. Las breves palabras que el Rey dirigió a los jugadores ayer definieron muy bien el sentimiento común que todos hemos experimentado y apuntaron a una esperanza que tantos hemos percibido: el orgullo por los valores auténticos no ha fenecido y basta un símbolo para que la sacudida colectiva nos arrastre en felicidad y en unión, incluso en las circunstancias políticas, sociales y económicas más críticas. Todos los ciudadanos de a pie hemos triunfado, hemos rescatado lo mejor de nosotros, sin complejos y sin trabas, y hemos estallado en las calles tras años en los que el patriotismo pareciera vergonzante; hemos comprobado que la juventud no está apegada al prejuicio, que acoge la pluralidad sustentada en el orgullo maravilloso de ser español. Ese era el canto colectivo: "Yo soy español, español" .