Pablo cumplirá en febrero cuatro años. Tiene parálisis cerebral desde que nació, aunque sus padres no lo supieron hasta un año después. Es usuario de atención temprana en Aprosuba-2 y tiene un claro objetivo: valerse por sí mismo el día de mañana en un porcentaje alto, sin tanta dependencia. Para ello necesita una terapia especial que ha de realizarse a través de clínicas privadas y cuyo coste no alcanza a sufragar una familia humilde y obrera que, eso sí, no deja de pelear. Por ello han optado por la recogida de tapones a cambio de cuantías que puedan pagar parte de este tratamiento. Y Almendralejo les está arropando.

La idea consiste en recoger tapones, cuantos más mejor, para luego venderlos a una empresa especializada. Cualquier tapón es válido, siempre y cuando sea de plástico: de botellas, brics, productos de limpieza e higiene, bolígrafos, rotuladores, cremas... El último día de 2015, su abuela fue a cada uno de los puntos de recogida a retirar lo recaudado. Más de 10.000 tapones. Empresas como TV Almendralejo, Radiogolex, Librería Cervantes, Bar de Lucía, Inmobiliaria Tú Casa, Tiendas Pavo, Estanco Avenida y otras más se están volcando. También el ayuntamiento y Aprosuba-2, donde está el gran cesto de tapones.

Luis, su padre, tiene 35 años y trabaja como camarero en un bar. Su madre, Carmen, de 30 años, también trabaja. "Afortunadamente los dos tenemos empleo, pero sueldos humildes que no dan para gastos suplementarios. No solo es pagar el tratamiento, sino que toda nuestra vida debe estar adaptada a Pablo: la casa, el baño, el coche o las habitaciones. Y eso vale dinero", explica Luis. El tratamiento cuesta unos 400 euros mensuales, que esperan pagar con los tapones.

En Aprosuba, Pablo tiene tratamiento de atención y piscina que mejora su estimulación, pero con la edad las adaptaciones cambian. Y las terapias. En Mérida esperan una integración sensorial que le ayude a aprender a valerse por sí mismo, en la medida de lo posible.

Luis y Carmen no escatiman esfuerzos en conseguir su objetivo. "Lo pasamos mal al principio y precisamos de ayuda psicológica porque no es fácil encajar la situación. Luego lo aceptas y no paras de luchar". El suyo es un caso muy similar al pequeño Yeray de Mérida. Pablo nació prematuramente, a los seis meses. "Nos dijeron de todo. Que podía ser ciego, sordo y varias cosas más. Y hasta el año no supimos el diagnóstico exacto. Fue un calvario", relatan. Ahora solo queda el camino de la esperanza, de seguir peleando por una vida mejor. Un camino que atraviesa el de la solidaridad.