Sin duda el "estado del bienestar" no ha nacido precisamente en los países de socialismo comunista, sino dentro del mundo libre y de economía capitalista. Pero pocos podrán negar (aunque haberlos, haylos) que éste se ha hecho realidad sólo en la medida en que los gobiernos eran de corte socialdemócrata o de socialismo no marxista y actuaron como contrapeso al capitalismo salvaje. También está claro que esa calidad de vida deseable para todos los ciudadanos sólo es posible en un estado rico, el cual, a su vez, sólo es posible con la aportación proporcionada y justa de parte de la riqueza de todos y cada uno de los ciudadanos. Y, finalmente, nos han llegado a convencer de que ésta última sólo es posible en una economía capitalista de libre mercado.

Actualmente, gobierna nuestro país un partido que preconiza esa justa redistribución de la riqueza nacional, no ignorante de que primero hay que crearla. Este gobierno, aparentemente sumido en una paralizante crisis de identidad, parece haberse visto obligado a tomar decisiones indeseadas y claramente contradictorias con su ideología. La única justificación que podemos aceptarle es que, como otros muchos gobiernos nacionales, ha visto en peligro no ya la viabilidad de nuestro estado social sino la del estado mismo. Y tal cosa ocurre porque, en esta economía globalizada de avaros prestamistas, todos los gobiernos están a merced de la credibilidad económica que quieran otorgarles "los mercados"; los cuales, ajenos a la naturaleza social y de derecho que la Constitución confiere a nuestro estado, no son ni lo primero ni, en la medida en que puedan evitarlo, lo segundo.