Lo leía en la Hoja Diocesana de Cáceres: "Dicen que había un hombre que vivía aburrido e indiferente a todo. No cuidaba los detalles; hacía las cosas sin gana. Cuando terminaba su trabajo, marchaba a casa y sólo se dedicaba a mirar la tele comiendo pipas. No le importaba nada ni nadie. Una noche le llamó su médico y le dijo que, según el resultado de los análisis, le quedaban solamente 24 horas de vida. Quiso aprovechar bien su último día. Se levantó temprano, con diligencia, se vistió lo mejor que pudo, se perfumó y se fue al trabajo. Estuvo encantador con sus compañeros, ayudó diligentemente a cuantos le consultaron y, durante el descanso, hasta les pagó una ronda en la cafetería. Ya en casa, ayudó a su mujer a poner y a quitar la mesa, se preocupó de las notas del Cole de sus hijos, se interesó por sus aficiones y los llevó al parque de atracciones. Al regreso fue con ellos a visitar a una tía enferma a la que nunca iba a ver e, incluso, sacó tiempo para charlar en el Bar con los amigos y comentar todo lo que les había unido. Por la noche, cansado, tuvo la sensación de que había sido un día plenamente feliz el que había vivido. Antes de descansar, sonó otra vez el teléfono. Era su médico que le pidió mil excusas por haberse equivocado. Los análisis no eran correctos. Se trataba de una falsa alarma y su vida no corría peligro alguno. Al día siguiente nuestro hombre volvió a ser el personaje gris y aburrido que siempre había sido". El final de la historia me defraudó. Yo pensé que la experiencia le había servido para decidirse a vivir "feliz" los 364 días restantes. Nosotros tenemos todo el año por delante. Aprovechémoslo. ¡Santo y Feliz 2011!