Yo, más bien, soy de Vara. O sea, varista. Tío de la vara extremeña. Torero, que le decía el bueno del difunto Paco Martín (q.e.p.d.). Vareador político local. Jefe, jefecillo. De aquí. De Badajoz. De Olivenza. De su casa, de la nuestra. El que nos atormenta a impuestos. El que manda. El que va delante de los pelotas. Al que quieren matar los pelotas. Pelotas de acero los suyos (y las suyas). Varista, que no barista (que también). Café, copa y puro de Extremadura.

Pero «la princesa está triste,… ¿qué tendrá la princesa?». La princesa tiene pinta de no haber sido la alegría de la huerta ni de niño. Más cierto aún es que yo no estaba allí por aquellas fechas. Habrá forenses guasones, con tendencia a la jarana y a tomarle el pulso a los vivos. Y forensas por vicevera. Pero este, ni forensa, ni guasona. Macho. Algo princesa, y algo triste. ¿Por qué está triste la princesa?

El Viti no sonreía. En una ocasión, un cura le afeó costumbre tan marrana. Era, el cura, como yo, «vitigudinista», pero riente (como yo). Reír es estar vivo. Su salmantina majestad le contestó a la gallega, con una pregunta, «¿ríe usted cuando consagra, padre?». Está todo dicho. Nada más serio que los toros. Ni siquiera la política. Ni siquiera un mar de autopsias. Quizá por eso esté triste la princesa. Por eso o porque la que va por dentro debe ser de aúpa. A veces puede resultar más odiosa una llamada amarga que hurgarle las tripas a un cadáver. Militar en el PSOE, a día de hoy, es comer sapos y cenar lechuga. Sapos y culebras. Berrinches y demás. No me cabe duda que a Vara le guía el afán de procurar el bien. Un bien mayúsculo, extremeño y español. Pero le han crecido los enanos. Eso provoca cierta soledad y cierto desaliento. Al final, fatiga intelectual, antesala de la melancolía.

A Vara, desde que anda en clave nacional, le insultan más los suyos que los ajenos. Le insultan en redes con muy mala baba. A Vara le insultan, sobre todo, los que tienen la boca ancha y el corazón estrecho. Los que le echan cuentas a la venganza. Los enanitos del partido. Y Vara, como el Jarramplas, le da el pecho a los nabos sin amago de respuesta. Tanto se tambalea, que el PP espera agazapado. Monago sabe que, así las cosas, es cuestión de tiempo. A mí Vara, ahora, de vivo, como el Piyayo de muerto, «me da pena y me causa un respeto imponente».

Vara tiene motivos para tener el aire mustio. Tiene motivos para estar lánguido. Pero marchito no enamora. Por mucho que Sánchez se vaya a comer la libertad, la verdad, la religión, la unidad de España y los cien años de honradez socialista, Vara vale más si sonríe. Vara hace el bien a escondidas. De eso tengo noticia (y muchas). Comportamiento que le honra, y a mí me rinde. Eso da fe de que, aún, respira. Pero el pueblo, Extremadura, no puede permitirse un presidente «fané y descangayado». Aunque los malos le insulten. Porque está ahí porque los buenos, que son más, le han votado. Y los buenos, los que le han votado, y los que no lo hemos hecho también, necesitamos que el presidente vuelva. Que vuelva a reír. Con o sin Sánchez. Con o sin AVE. Con o sin bufones. Con o sin Consejo Consultivo, que malos pasos damos todos. Pero que ría. Que llene el aire. Estar triste es no estar. Al mal tiempo, buena cara, y a la muerte, muleta. Que le pida consejo a su amigo Jaime Ruiz Peña, que cuanto más le zurran más se ríe. «En un vaso, olvidada, se desmaya una flor». Pero los hombres honrados, y tú lo eres, ríen.