Se puede aceptar, aunque difícilmente comprender, que a algunos no les agradara la visita del Papa, e igualmente que, incluso en su presencia, se manifestara civilizada y respetuosamente ese desacuerdo. Pero sólo podemos entender ciertos comportamientos como la renovada expresión de un viejo y visceral anticlericalismo, que de haber petróleo en El Vaticano ya habríamos superado (a Sadam Hussein le concedimos la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica). Por ello, creemos que la más absurda oposición a la visita papal es la de quienes argumentaban que ésta iba a suponer un gasto inaceptable con el dinero de todos. Porque si en otras ocasiones pudimos recibir a conspicuos dictadores con honores de jefe de Estado y gastar lo que fuera necesario para su seguridad y agasajo, ¿porqué no íbamos a hacerlo con el Papa? Benedicto XVI lo de uno muy pequeño y peculiar, pero representa a muchos millones de creyentes cuya fe supone el sustrato espiritual que cohesiona e identifica culturalmente a otros, como el nuestro. Y si el Papa "sólo" ha venido en visita pastoral, ¿porque nuestras máximas autoridades civiles y militares le han recibido y despedido con tan rígido y elevado protocolo diplomático? Ahora, sería lamentable oír a algunos decir que, por razones de Estado, se han visto obligados a mostrar la misma hipócrita complacencia ante esta visita que ante la de esos impresentables gobernantes de conocida trayectoria criminal y genocida; pero más lamentable aún es recordar que muy raramente se ha mostrado en la calle la misma vehemente oposición a tales visitas, aunque fuera minoritaria como en esta ocasión.