No solo es llover; pareciera como si ese mítico diluvio hubiese retornado, no ya durante cuarenta días, sino en espacio de setenta jornadas sin respiro, pues llueve desde el 17 de diciembre, fecha feliz señalada en mi diario por la bendita agua que se nos regalaba tras otoño tan agosto. Sí ya sé que ahora es un exceso; que fuera de nuestra Comunidad acaecen lamentables desgracias; que en la nuestra el cereal se pudre y que habrá efectos negativos sobre otras cosechas. Pero, con la que está cayendo metereológica y económicamente, es mejor llenar los días de optimismo y, en el caso de las lluvias, recorrer el prodigio que a su paso dejan las aguas sobre esta naturaleza sorprendente, soberbio patrimonio de Extremadura. ¡Qué maravilla! Salgan con botas y chubasquero a recorrer los cauces de los arroyos, secos tantos lustros; miren los regueros de agua que desde lo alto de las manchas adehesadas caen a ellos, en un insultante verde de belleza. No hay que hacer muchos quilómetros, están al lado: Guadajira, Valdemedel o Bonhabal. Si pueden desplácense de Mérida a Medellín. Verán desde el magnífico puente la Alcazaba sosteniendo el agua y el Guadiana en todo su esplendor corriendo bajo la mole imponente del magnífico castillo de Medellín desafiando a ese río fuera de su cauce. Vayan a Puebla de Alcocer, asómense al mirador a los pies de esta otra joya del pasado; vayan hasta el río Tajo y comprueben desde el mejor puente romano de España (el de Alcántara) la inteligencia de aquellos ingenieros antiguos que sabían más que nadie de proyectos de "inundabilidad", esos que ahora tantos ayuntamientos desprecian.