TStolo queda vivo, como testigo espiritual de la pasada grandeza de una Orden, el monasterio de Santa María del Parral, en Segovia. Hasta allí, en 1446, un grupo de jerónimos procedentes de Guadalupe se desplazaron para cumplir el sueño de Enrique IV, un sueño truncado por la debilidad del monarca y las decisiones políticas de quienes le sucedieron: Guadalupe, el monasterio más importante del reino de Castilla, sería engrandecido por Isabel la Católica; Carlos V haría su palacio en Yuste y en Yuste moriría no sin alguna "inquietud postrimera"; Felipe II volcó en El Escorial, símbolo de la nueva Corte ubicada en Madrid, el baluarte de Poder y Fe unidos. En todos estos monasterios fueron los jerónimos hacedores del máximo esplendor pedagógico, artístico y cultural que haya alcanzado España. Entre ellos se hallaban los mejores plateros, bordadores, forjadores, escritores, arquitectos, iluminadores, amanuenses, médicos, maestros de teología y gramática- Tengo en mente a fray Francisco de Andrés y Alonso, artesano y humanista, prior de Yuste. Deberemos recordar a este jerónimo, al que afortunadamente se reconoció en vida, porque es punto y final de esta Orden de San Jerónimo, que ha sobrevivido seiscientos años y que languidece hoy en El Parral, ante la tristeza de muchos. Yuste está vacío de presencia espiritual al poco de cumplirse cincuenta años de su restauración (2008); debería surgir una plataforma que pugnase por rehabilitar allí la vida monástica: los agustinos en El Escorial y los franciscanos en Guadalupe han demostrado hasta qué punto pueden, por amor a Dios, engrandecer el pasado partiendo de la ruina.