Estos días contemplamos esperanzados la marea de solidaridad humana que ha seguido a la catástrofe de las costas gallegas. Con un poco de suerte podemos aprender la lección, que no es otra que el mar, la tierra, la atmósfera, se defienden de forma implacable contra las agresiones que le hacemos. La tierra es nuestra casa, la casa del agua, de las plantas, de las aves, de los bosques, de las cosechas. Una casa para todos, los que vivieron en ella, los que ahora vivimos y los que han de venir.

Deberíamos cuidarla como un don especial, como un regalo impagable. Probablemente existe vida en otros lugares del universo. Pero no es probable que exista vida tal como nosotros la conocemos.

Probablemente vivimos, pues, en el mejor de los mundos posibles, aunque tengamos poca o ninguna conciencia de ello.

Parece ser que la juventud se despierta del letargo en el que entre todos la teníamos secuestrada. Y se empieza a manifestar ante este tipo de hechos con la generosidad solidaria propia de esta etapa de la vida. Ha acudido a Galicia masivamente. Allí están aportando su esperanza y sus ganas de vivir.

Allí están aportando su esfuerzo y su trabajo. Allí están limpiado el asfalto en que ha convertido la costa gallega la codicia de unos pocos.

Para ellos va esta pequeña felicitación navideña. Vayamos a Galicia a ver morir el sol desde la Costa de la Muerte, a ver amanecer al día siguiente. Para poder decir feliz sol nuevo. Para poder gritar ese Nunca mais , símbolo de la nueva conciencia ecológica que esperamos surja de esta lamentable e imperdonable agresión contra el planeta. Para todos ellos feliz Navidad, de corazón.