No te pases, moreno, que tener una finca es caro". Esta frase de Carmen Sevilla (dirigida a Ibarra) y su pregunta sobre si la modulación (agraria) consistía en acudir a la peluquería a moldearse el pelo salpicaron de glamour y frivolidad la Asamblea de Extremadura, que esta primavera investigaba el reparto de la Política Agraria Comunitaria (PAC). La popular actriz y presentadora no hace asco a ningún auditorio, aunque sea tan serio como el Parlamento extremeño. De hecho, comparecer antes los diputados debió de ser una experiencia sublime según se deduce de su decidida aseveración: "Que me contraten aquí de diputada porque han sido entrañables".

Carmen García Galisteo (Sevilla, 16 de octubre de 1929), más conocida por Carmen Sevilla, mujer entrañable, sencilla, afable y cargada de tics chistosos y casposos, no para de sonreír ni cuando le preguntan por las 2.000 ovejitas de su finca de Herrera del Duque, que pastan plácidamente por 600 hectáreas gracias a los dineros europeos.

Su gracejo andaluz, su figura pizpireta, que se infla y desinfla gracias a los sabios tratamientos de los médicos de una afamada clínica malagueña, volvió a cautiva a los españoles veinte años después de sus grandes éxitos cinematográficos. Dos décadas que empleó en cuidar con esmero y sumisión a su marido Vicente Patuel (fallecido en la finca en el 2000) y en derramar (a escondidas) lágrimas de añoranza por un pasado de glamour y una vida de flashes, entrevistas y portadas en las revistas del corazón.

EL RETORNO

Pero el Telecupón enjugó sus lágrimas, abandonó un pesado lastre (80 kilos de grasa corporal) y llenó las noches de los españoles de equívocos, espontaneidad, gestos, lecturas entrecortadas y su exclamación favorita: "¡chiquillo!". Se rescataba a una vieja gloria del antiguo régimen y amenizaba el café de los funcionarios gracias a los comentarios matutinos de sus andanzas nocturnas en la televisión.

La vuelta de la Sevilla a la arena de famoseo mostró la versatilidad de la actriz que, menos el cine, ha tocado todos los palos del abanico artístico, con más o menos gloria: series de televisión, publicidad de Telefónica, consultorio radiofónico, musa de ´Cine de barrio´ con un Parada extasiado ante el lujo y el esplendor de Carmen.

Sin embargo, su ego artístico no se muestra satisfecho y aprovecha cualquier oportunidad (es decir, cualquier micrófono) para mendigar con ese salero andaluz, pero con el poderío que le aporta la madurez, un programita en la televisión y, a su hijo, nietecitos, a quienes atormentar con el relato de sus batallitas cinematográficas o repasando la lista de pretendientes famosos: Yul Bryner, Frank Sinatra,..., sin olvidar comentarios, a veces fuera de tono, pero siempre simpáticos, sobre Franco y su añoranza de aquellos años o su virginidad antes de casarse.

Y hasta que sus deseos se hagan realidad, Carmen Sevilla usa su nombre para ayudar a los demás. Desde hace once años trabaja con Ande, asociación para niños con minusvalías mentales graves. Gracias a su fama recauda fondos e inaugura clínicas, a las que se bautizan con su nombre como agradecimiento. Conseguir la felicidad de los desfavorecidos es el emblema de su blasón.

Carmen Sevilla cae bien y lo sabe. Tanto es así que reconocer tener un don: el de resultar simpática a todos el mundo, sin esfuerzo ni premeditación. Esta simpatía y esa especie de despiste perpetúo se tornan cariño, ya que consigue despertar la risa y la ternura de los españoles, quienes, siempre condescendientes, perdonan los comentarios irreflexivos, pero único y genuinos, de esta vieja gloria que con su sencillez y bueno humor no dudó en despedirse de los diputados extremeños con una "adiós bonitos".