Yo no se de fronteras, yo no sé de banderas, me cago en toas ellas, y en la Ikurriña la primera". Estas cuatro frases fueron las que utilizó Roberto, Robe , Iniesta (Plasencia, 1962) hace ya algunos años para prologar una de sus canciones durante un directo. Lo más llamativo es que la actuación tenía lugar en Bilbao, ante dos mil personas que, enfurecidas, comenzaron a insultar al músico y a arrojarle objetos. Este, lejos de amedrentarse, se dio la vuelta y se bajó los pantalones. Pocas situaciones pueden definir mejor que ésta el afán de transgredir y de decir lo que en cada momento piensa por encima de todo y de todos que ha exhibido siempre el cantante placentino.

Esta misma actitud provocadora, una de las más genuinas del buen rock and roll, volvió a quedar de manifiesto con su último disco --octavo de estudio--, Yo, minoría absoluta , que vio la luz en el mes de marzo. Para empezar, su portada casi incitaba a la excomunión: Robe remedaba la pose de Jesús crucificado, pero en calzoncillos y con dos pistolas en sendas cartucheras. "A ver si me sacan en mi pueblo de procesión. Al alcalde seguro que le gustaría", desafió en su presentación el que en otro tiempo se autoproclamó rey de Extremadura . El disco en sí vuelve en cierta medida a sus orígenes: música sobria que no abusa de los arreglos. Lo que no varía es el carácter de las letras, duras e íntimas, pero pegadizas y con estribillos muy coreables. En ellas ha mezclado siempre el lenguaje de la calle con los versos de poetas como Miguel Hernández, Machado y Neruda, y otros menos conocidos y más underground como Manolillo Chinato y Rafael Pandero.

Después del extremo-boom que obtuvo con el Agila en 1996, lanzó un directo cuyo título, Iros todos a tomar por culo dejaba bien a las claras lo que opinaba del reconocimiento masivo que entonces se le comenzó a tributar. Más tarde llegó el menos exitoso Canciones prohibidas y, finalmente, Yo minoría absoluta , la confirmación definitiva de este grupo como uno de los estandartes del rock español.

Este año las comparaciones con el fenómeno de Operación Triunfo han sido inevitables. En su primera semana en las listas de Afyve --en las que alcanzó el disco de oro--, logró incrustarse en el número cuatro, por detrás de tres LPs de OT y por delante de otros tantos. Su relativo éxito --al menos en comparación con el de los chicos de Nina-- fue una pequeña victoria en la guerra, perdida de antemano, entre la música de autor y la de productor, entre la que promocionan los grandes medios y la que se da a conocer por el boca a boca.

En sus directos, de los que este año ha ofrecido una cincuentena, ha alcanzado un aceptable término medio, pasada ya la época en que cada concierto acababa en el desbarre más absoluto, y en el que Robe cantaba sólo de lo que se acordaba --o quería acordarse-- y el resto de su repertorio lo completaba el público y, si había suerte, el cantante de algún otro grupo que actuaba esa noche. Superado el miedo al que puede pasar , sus espectáculos congregan ahora a los públicos más diversos, desde cincuentones hasta adolescentes acompañadas de sus padres, aunque Robe porfíe en que sus canciones son para adultos no "para niñas, ni para abuelas". Sí mantiene, en cambio, sus exabruptos hacia el público y sus descansos para tomarse un tentempié narcótico. También ahora abundan los críticos que ensalzan la creatividad vomitada por este cuarentón en sus trabajos, cuando antes despreciaban sistemáticamente sus primeros discos, ni mucho menos inferiores en calidad. Para ellos ha pasado de ser un yonqui marginal a un poeta urbano . En cualquier caso, el exceso de popularidad es algo que no parece ir mucho con él --"los fans son como las drogas, ni tienes que pasarte ni quedarte corto"--, lo que no impide que reconozca que el éxito ha aumentado su responsabilidad con el público y que le ha dado mucha más libertad.

Natural de Plasencia, un lugar, asegura, lleno de fascistas, tras desempeñar oficios varios --chapista, como su padre, o vendedor de chucherías en una furgoneta, entre otros -- logró grabar sus primeros discos, con pocos medios y unas condiciones discográficas draconianas.

Padre de dos hijos, su aspecto demacrado y una afición por las drogas que nunca se ha molestado ocultar, hacen que periodicamente circule el rumor de que está muerto, algo que ya se toma con bastante filosofía.