Ataques quirúrgicos, los llaman. También, bombas inteligentes. Sin embargo, para quienes vieron los charcos de sangre y los miembros arrancados de civiles inocentes esparcidos entre los escombros, esa forma tan higiénica de llamar a la guerra sonaba a broma de mal gusto, un insulto hacia los muertos. Por eso, aquellos que fueron testigos del dantesco estado en que quedaron las viviendas del barrio Shaab después de ser destruidas ayer por dos bombas estadounidenses no podían más que calificar de masacre lo que allí había ocurrido.

Poco después de las 11 de la mañana, dos proyectiles lanzados por aviones de EEUU impactaron contra dos edificios, uno a cada lado de la acera de la principal avenida del barrio de Shaab. Según fuentes oficiales, las explosiones mataron a 16 personas e hirieron gravemente a otras 30, provocando así la mayor masacre de civiles iraquís en Bagdad desde que el 20 de marzo Estados Unidos y Gran Bretaña iniciaron la invasión de Irak. Pero ni siquiera esta matanza resultó ser un impedimento para que EEUU detuviera sus ataques aéreos, que siguieron martilleando Bagdad durante todo el día.

EN PLENO HORARIO COMERCIAL

Las víctimas del barrio Shaab eran todas iraquís que vivían en esos edificios o que pasaban por las aceras. Aunque no precisó la cifra de fallecidos, el ministro de Información, Mohamed Said al Sahaf, aseguró que entre los muertos y heridos "hay numerosas mujeres y niños", y acusó a los líderes de Estados Unidos de ser "unos criminales que aterrorizan a la población civil".

La primera bomba cayó en un edificio que, además del piso del propietario, también comprendía un garaje. El segundo proyectil impactó a pocos metros, en una casa de tres pisos donde vivían varias familias. Ambos inmuebles estaban ubicados en una calle de viviendas civiles en cuyos bajos había muchas tiendas. A las 11 de la mañana, en pleno horario comercial, las aceras estaban repletas de personas.

"Estábamos desayunando y, de pronto, todo se nos vino encima", contó Saifedín, que vivía en la casa vecina al garaje. "Uno de los niños de mi familia, un bebé de cuatro meses, está herido", se lamentaba, sin fuerzas suficientes para apretar contra su oreja una gasa ensangrentada.

Hisam Sabah, un joven que habitaba en el primer piso de la casa bombardeada y que se encontraba afuera en el momento del ataque, se preguntó: "¿Por qué han bombardeado aquí? En este barrio sólo hay hombres, mujeres y niños inocentes, y no hay instalación militar alguna".

ESCENARIO MACABRO

"Muchas de las víctimas eran los chavales que estaban en la acera vendiendo tabaco", explicó Wafá, una joven de ojos verdes que se encontraba conmocionada. Un responsable de la Defensa Civil reconoció ante la prensa: "No puedo decirles el número de muertos y de heridos. No lo sé. Trasladamos a más de 50 personas a los hospitales, pero como muchos estaban despedazados y les faltaban brazos o piernas, no sabemos cuántos estaban muertos y cuántos con vida".

Una vez evacuados los heridos, los supervivientes recogieron uno a uno los restos humanos, sobre todo brazos y piernas, que habían quedado sobre el asfalto. Sin embargo, había tantos que al final se olvidaron de una mano que, enganchada a una maraña de tendones desgarrados, yacía en un charco de sangre. La imagen valía más que cualquier palabra.

El espectáculo de ayer en el barrio de Shaab era muy parecido al rastro que dejan los atentados terroristas en lugares llenos de gente. Las sirenas de la policía aullaban, la gente, conmocionada, se movía de un lado para otro, unos gritaban de rabia y otros prometían "venganza". La guinda del macabro escenario la puso el cielo, tan rojo que parecía inyectado en sangre. Poco después de la masacre se desplomaba sobre el barrio una inmunda lluvia de barro.