Cuando éramos pequeños, pensábamos en el año 2000 como si de un futuro muy lejano se tratara. Estudiábamos en la ‘Neja’, General Navarro, los Salesianos o los Maristas y nuestra diversión era la calle, jugando a los bolis, a policías y ladrones o a fútbol con un balón de reglamento en la Metalúrgica y nos dejaban boquiabiertos los tanques -con el tiempo nos enteramos de que eran toas y carros de combate- de Menacho, el trajín de 29-92, el balcón de los Arnao y lo lejos que nos quedaba Simago. Ya adolescentes, Castelar era el paraíso, el gallinero del López un descubrimiento, la discoteca del Casino fines de semana de fiesta y, para comprar, Galerías Preciados. Antes de llegar la mili, vimos nacer la movida en Conquistadores y supimos de los aperitivos del Guille o el Niza y de las tisanas del Candas, de cómo nos hacíamos mayores en el Zurbarán o del traslado del Bárbara. Hablábamos del Fuerte o del Castillo, que hoy es la Alcazaba, de San Roque o la Estación como dos barrios que estaban en el quinto pino, de los gitanos de la plaza alta, de los bollos de leche de La Cubana o los pasteles de Alba, de chicas y de las sensaciones que nos despertaban y, alguna vez, incluso, nos montamos en autobús urbano y experimentamos cómo era la circulación en dos direcciones por el puente viejo. En aquellas edades, el mundo no estaba como ahora tan al alcance de la mano, no estábamos tan mediatizados, tan esclavizados de unas tecnologías que no iban más allá del teléfono de góndola, los spectrum o los vídeos con tres sistemas. Nos fuimos haciendo mayores, pero siempre he recordado cuando veíamos el año 2000 como inalcanzable e inescrutable. El año 2000 era como una frontera o una señal de alarma. Nos preguntábamos cómo sería el año 2000, si estaríamos casados, con hijos, vivos. Nadie podía imaginar tantos canales de televisión, internet, las redes sociales, un mundo tan globalizado, un mundo tan enfermo y tantos amigos que se han quedado por el camino. Pues bien, vamos camino de los veinte años tras el 2000 y es verdad que el mundo casi nos ha devorado pero aquí seguimos, en el 2017, sorprendiéndonos cada día con un nuevo invento, una nueva idea o un nuevo tonto inútil. La vida sigue igual. Por fortuna.

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