Apenas hemos cumplido un mes del nuevo año y ya estamos con el acelerón del calendario. Las rebajas que ya son cartel de producto nuevo, Fitur se marchó en un parpadeo, Santo Tomás apenas se festeja, los exámenes son en enero, Las Candelas están a la vuelta de la esquina como pórtico de un carnaval que tiene en febrero su hábitat natural y, mientras tanto, ya empiezan las vigilias, calientan motores las cofradías, los cristos y vírgenes están en preparativos, la Magna se prepara después de diez años, es miércoles de ceniza y quedan lejos las murgas y comparsas que rinden su entusiasmo al besapiés, la novena, el relicario, la túnica y cargar con el paso, porque es Semana Santa y en abril aguas mil aunque ya hay escapadas a La Antilla, que llega el día del libro, y Bótoa y San Isidro y, un poco más lejos este año, Pentecostés y el Rocío, aunque, antes, como siempre, el día del Trabajo, los escritores en San Francisco, la operación bikini que no va al ritmo que se desea, Los Palomos, ya veremos si Contempopránea, fin de curso, feria del toro, San Juan, y venga playa y fotos de rodillas y pies en Facebook, todo el mundo feliz, vacaciones a tutiplén, Badasom en el auditorio, el teatro de verano, el cálido y sinuoso agosto, preparativos que explotan en las manos, terroríficos cuentos de verano, la noche en blanco y septiembre que nos alcanza, con el concurso de pintura en la Plaza Alta, la vuelta al cole, Al mossassa, los premios literarios de octubre, Fehispor que nunca falta, el alumbrado navideño y ya estamos liados con el anuncio del Gordo y metiéndonos en el 18. Escribió Jorge Manrique que «nuestras vidas son los ríos/ que van a dar a la mar,/ que es el morir», Pablo Milanés cantaba que «el tiempo pasa nos vamos poniendo viejos… vamos viviendo viendo las horas que van muriendo», Einstein escribió sobre la relatividad del tiempo que cada individuo percibe de forma diferente y su famosa fórmula la interpretó Dalí en los relojes derretidos, enfadados con el tiempo, abstraídos en una memoria que se reblandece como el queso de camembert. Tal vez, solo tal vez, en esto consista la inmortalidad de la que hablaba Borges en su famoso cuento: la muerte es lo único que da sentido a la vida pero saber vivir es lo que hace al ser humano inmortal.