Probablemente, Fahrenheit 451, la obra de Ray Bradbury, sea una de las más estremecedoras a pesar de que Un mundo feliz (Huxley) y 1984 (Orwell) contengan todos los elementos para creer que la civilización está en permanente riesgo de autodestrucción, que en nuestra sociedad siempre hay quienes desean someternos y que el ser humano es una máquina de crear nuevas y más sutiles formas de dominación en la mentira de que el progreso -tecnológico, sobre todo- le hará mejor y más feliz. La obra de Bradbury trata de quemar libros porque leer hace a las personas infelices. Leer es pensar, abrir la mente, cuestionarse cosas y eso, de acuerdo con los gobernantes de la ficción, nos lleva a una angustia insoportable, a un vacío existencial del que nos deben salvar. Nuevamente, el totalitarismo. Esa forma de locura, directa o disimulada, que cree que los individuos no tenemos capacidad para administrar nuestro pensamiento. El totalitarismo que impone, porque nos cree pequeños y, por tanto, lo necesitamos, la dieta de nuestra mente. Es muy sencillo quemar un libro, tapar una boca, agredir al que opina, aniquilar al que piensa por sí mismo pero no es tan fácil acabar con las ansias de libertad de aquellos que creen que no hay totalitarismos buenos, suaves, por nuestro bien. En el libro, y posterior película de Truffaut, hay que quemar libros para que nadie se les vaya de las manos, para crear una uniformidad que nos anule. Y, frente a esta batalla, se sitúan los que quieren escapar de esa sociedad enfermiza: los hombres libro, aquellos que se aprenden de memoria un libro, y adquieren su identidad, con tal de salvarlo, de salvarse a sí mismo, de salvar a la humanidad de la peor de las condenas: impedir que podamos pensar, opinar, soñar. Hoy, nadie quema libros pero ejerce otras formas de totalitarismos cotidianos, apenas imperceptibles. Por si acaso, y porque la primavera trajo la feria del libro de Badajoz, vuelvo a mis primeras lecturas para recordar aquellos pasajes que nunca me han abandonado. Enid Blyton, Mark Twain, Verne, las hermanas Bronte, Zalacaín, el Lazarillo, Swift, Alicia, Dickens, Melville, Defoe, Salinger, Poe, Dumas, Agatha, Cervantes, Bunyan y tantos otros que representan la civilización frente a la barbarie y una libertad que ni el fuego de los intolerantes podrá con ella.