Cada vez que aparecen en televisión escenas de la guerra de Siria se me encoge el corazón, pero, cuando se refieren a Alepo, todavía más. Me duele todo lo que pasa en aquel queridísimo país y en aquella maravillosa ciudad, donde tengo grandes amigos. De la mayoría no sé nada. Pero cuando veo las imágenes de la mezquita mayor, cuyo alminar se ha venido abajo -acababan de restaurarlo- se me saltan las lágrimas. No sé qué habrá pasado con la Madrasa de los Pasteles -por la zona del zoco donde se ubicaban las pastelerías-, al otro lado de la calle. Estaba habilitada, desde la Edad Media, en la cabecera de la antigua catedral bizantina y conservaba, en un punto poco visible, una cenefa con cruces. Y un magnífico ‘mihrab’ ayyubí de madera. Una joya de la época de las Cruzadas. Me temo lo peor.

Alepo posee una alcazaba con casi la misma extensión que la de Badajoz. Pero no es importante por la extensión, como algunos dicen que le pasa a la de aquí, sino por levantarse sobre un enorme ‘tell’. Es decir, sobre una colina artificial formada por la acumulación de estratos arqueológicos. En Badajoz pasa lo mismo, pero el ‘tell’ de la Alcazaba no llegó a tener ni remotamente las proporciones del alepino, porque nuestra historia es mucho más corta. En lo que la fortaleza de la ciudad siria es insuperable es en la categoría de sus defensas, construidas en diferentes fases. No conozco ninguna fortificación medieval islámica, ni en el Oriente Medio, ni en el Occidente Lejano con la acumulación de dispositivos de tiro vertical y horizontal que se da allí. Matacanes, balcones amatacanados, ladroneras, puertas en recodo -hasta cinco codos seguidos-, buhardas, buhederas, aspilleras -hacia dentro y hacia fuera-. Todo el diccionario de la fortificación medieval anterior a la piroartillería se despliega, con una potencia que impresiona. Los dispositivos defensivos de la batalyusí son un juego de niños, en comparación. Aquélla no ha sufrido daños a pesar de alzarse a poca distancia de la primera línea de fuego y de la mezquita mayor. A diferencia de la nuestra, que sufrió algunos daños en nuestra guerra civil y, muchos más, desde que ha caído en manos del clan de los restauradores ingeniosos.