No sé cómo se llama, su edad o dónde vive. No sé si tiene familia, a qué ha dedicado su vida o en qué ocupa el poco tiempo libre que le queda. Es uno más de tantos anónimos con los que nos cruzamos por la calle, los observamos desde lejos mientras realizan alguna labor que mejora nuestras vidas y pasan por ellas casi de manera imperceptible. Son los anónimos que no es que estemos obligados a ser amigos de ellos pero vale la pena pararse unos minutos a pensar en qué es lo que hacen y cuanto hay detrás de sus vidas. Vale la pena porque, seguramente, así uno refuerza su papel en el mundo y valora aún más lo que hacen los demás.

Mi anónimo particular -aunque supongo que si profundizara en el asunto seguro que sacaba un puñado de ellos- es un trabajador, no sé si por cuenta propia o ajena, un valiente que con entusiasmo y dedicación se pasa el día en su puesto de trabajo -y digo el día porque es literalmente el día el tiempo que pasa allí- y da la sensación -solo la sensación porque jamás he cruzado una palabra con él- de estar satisfecho con lo que hace. No sé su sueldo, su situación laboral, de dónde viene y a dónde querría ir. No sé si con lo que gana le llega para él y su familia, si la tiene, y no sé cuántos lujos, bueno, lujos, alegrías, se puede permitir con ese sueldo. Mi anónimo vive, y digo bien, vive, porque su vida es su trabajo, en el solar habilitado como aparcamiento en la calle Prim. No sé de quién es ese solar, no sé qué empresa o particular gestiona ese aparcamiento, no sé cuánto se paga, porque imagino que se pagará algo, por dicho solar, pero sí sé algunas cosas, pocas, pero suficientes como para tenerme asombrado. Mi anónimo abre a las 8.30 de la mañana y se marcha a las 23.30, sí, 15 horas, que se dice pronto. De lunes a sábado. 15 horas seguidas, de pie -alguna vez se sienta en una silla de esas de campo que creo que ni tiene respaldo , al sol, con su gorra, su uniforme de tonos oscuros y naranjas llamativos. Allí tiene el agua, el táper, y la brevísima conversación que sostiene con los conductores que usan el parking y, tal vez, un pelín más larga la que entabla con los albañiles de la obra de enfrente cuando entran o salen. Es un trabajo digno, duro, ahora al sol, pero hace unos meses bajo la lluvia y el frío, pero tengo la impresión de que trabajar le hace sentir mejor.