TAtl parecer, enero dosmilnueve va de culo. El tradicional mes más pobre del calendario acaba de reunirse con un año que --según expertos-- pinta muy mal. Dicen que es el peor de no sé cuántos y lo demuestran con datos y redatos, así que --se empeñan en declarar-- tendremos que acostumbrarnos. Los listos auguran depresiones, recesiones, pérdidas y horrores mil, que nos harían temblar si no fuera porque cuando expresan cosas de esas lo hacen tan campantes, con demasiada calma incluso. Ves al tipo sonreír mientras desgrana cifras pavorosas y piensas que algo de lo dicho no encaja. Te ocurre igual que con los etarras cuando van a los juicios: se los pasan riéndose a carcajadas sin que en apariencia les importe un comino que la sala les coloque veintitantos años o más. Tampoco encaja. Da la impresión de que los que están en apuros son siempre los otros, o sea, tú y yo. De que las realidades tienen formas ocultas que a ti se te escapan porque tu realidad sabe de las miserias y de las glorias propias sin necesidad de contrastarlas y sin que nadie ajeno las concrete en cifras extrañas. Tanto mosquea el asunto que, si no fuera por la cortedad demostrada de la nómina estaría dispuesta a desconfiar de la crisis, porque ya les vale a todos la machaconería mientras sonríen. Suena demasiado a publicidad, y, como tal, a altavoz engañoso que divulga mentiras urbanas hasta hacerlas convenientes. Por lo mismo, ganas me han dado de renunciar al ateísmo desde que algunos autobuses lo aconsejan. Lo único por lo que no me he decidido ha sido ver, con desolación, que otros vehículos incitan a la fe. No pienso acogerme a ninguna opción demasiado publicitada: que se acojan ellos. En lo que a mí respecta, me declaro persona sin apuros económicos, ideológicos o de cualquier otro pelaje, simpatizante con este maltratado y perdedor enero dosmilnueve. Por lo demás, dicho sea con amabilidad, ojalá por una vez sean ellos quienes estén en apuros: los listos, los publicistas, los etarras y dios.