Estas vacaciones volveré a disfrutar de las playas de Castellón y también volveré a sentir la vergüenza e indignación de viajar en el tren ARCO, el único que comunica Extremadura y la Comunidad Valenciana.

La primera vez que hice este trayecto comprobé como nuestra región jugaba, no ya en la tercera división de las líneas ferroviarias españolas, sino en la regional preferente y en fase de descenso.

Lo cogí en Vinaroz y hasta Puertollano todo fue bien. Viajábamos en un tren con unos diez vagones. La clase turista disponía de unos asientos limpios y cómodos, e incluso teníamos la posibilidad de tomar algo fresco y algún bocadillo en el vagón-cafetería. Un detalle nada desdeñable si tenemos en cuenta que el tren tarda unas doce horas en hacer ese trayecto.

Sin embargo, todo cambió a partir de la estación manchega. Los escasos pasajeros que nos dirigíamos a Extremadura no sólo cambiamos allí de vagón, parecía que habíamos cambiado también de época.

A punto estuve de caerme a la vía. Lo digo en serio. Me levanté de aquel nuevo asiento incómodo y roído con la intención de volver a la cafetería. Pero cual fue mi sorpresa al comprobar que ARCO ya sólo disponía de un vagón. Y, por supuesto, la máquina. Me vinieron a la memoria aquellas inolvidables imágenes de Búster Keaton en la película más famosa de la historia del cine mudo: El maquinista de La General . Solo que nosotros no teníamos que rescatar a la bella Annabelle Lee, aunque sí vivimos la odisea de llegar a Badajoz. Una sola vía para ambos sentidos y tramos donde no se podían superar los 60 kms/hora.

No me extraña que el trayecto de media distancia más deficitario del país sea Puertollano-Mérida-Zafra. ¿Quién va a querer viajar en esas condiciones? Pero si lo eliminan, ¿cuál es la alternativa hasta que llegue el ansiado AVE? Un caro billete de avión o la siempre peligrosa carretera. La dejadez de los distintos gobiernos por el ferrocarril en Extremadura sí tiene un nombre.