Todos los veranos la misma historia, el mismo lamento. En esta ciudad nos hemos acostumbrado a los incendios de pastos en solares sin desbrozar. Se ha convertido en habitual la imagen de terrenos ennegrecidos en el perímetro del casco urbano y hasta en el interior. La fotografía es idéntica año tras año y ahora con las redes sociales, se multiplica y expande, sin control. El fuego pasea por descampados que unen La Banasta con Las Vaguadas, los márgenes de la carretera de Olivenza, Huerta Rosales, la barriada de Llera, el entorno del tanatorio del puente Real, la Ronda Norte junto a la avenida Manuel Rojas y, por supuesto, el vertedero de las Cuestas. Hasta que no se queman, no desaparece el riesgo de que salgan ardiendo.

Las salidas de los bomberos cada tarde estival a sofocar pequeños y grandes fuegos de pastos secos son tan habituales que han dejado de ser noticia si no adquieren una dimensión considerable, surge algún contratiempo inesperado o se pone en riesgo a la población cercana. No recuerdo haber pasado por otras ciudades con entornos cubiertos de manchas negras como rastro inequívoco del paso de las llamas, como prueba perenne de que antes que prevenir, en Badajoz se ha optado por curar a posteriori, a pesar de que en el juego del fuego las reglas dependen de tantas circunstancias sobrevenidas que el resultado puede ser devastador si no se ponen los medios necesarios en el momento adecuado, durante pero sobre todo antes.

Los últimos días he escuchado desde distintos colectivos utilizar los ejemplos de Granada y Ávila. La imagen del entorno de la Alambra o de las murallas abulenses siendo pasto de las llamas sería impensable. Que los alrededores de estos monumentos se dejasen cubiertos de matojos en primavera para permitir que en verano ardiesen y que las llamas pudieran alcanzar sus muros resultaría imperdonable.

Pues en Badajoz se permite, ocurre y no se hace nada por impedirlo. Verano tras verano arden las laderas de la Alcazaba, declarada Bien de Interés Cultural y el monumento más importante de la ciudad. La última vez, hace pocos días. Las llamas alcanzaron la barbacana y llegaron a la muralla, dejando un rastro ennegrecido imperdonable. Lo que los árabes construyeron para preservar su memoria es objeto de desprecio por la dejadez y la apatía, que imprimen una huella grisácea en la historia heredada.

A mediados del pasado mes de abril, el ayuntamiento anunció que una segunda brigada de la empresa concesionaria de la limpieza, FCC, se sumaba a la que ya se encarga por contrato de limpiar solares de titularidad municipal, empezando por aquellos que puedan representar más riesgo para la población de su entorno. No se mencionó que la protección del patrimonio histórico sea prioritaria y la realidad es la prueba. Todos los veranos arden las laderas de la Alcazaba porque en la orden de desbrozados pendientes no se incluyen, como tampoco los alrededores del Fuerte de San Cristóbal. La solución es tan sencilla que parece de perogrullo. Continuamente nos hablan de la importancia de la prevención en distintas facetas de la acción humana y molesta que la Administración no se aplique el cuento. Si los solares son de propiedad privada, hay previstas sanciones, aunque no exista certeza de que se estén aplicando, pues hasta ahora el ayuntamiento lo único que ha confirmado es que se multará a quienes no limpien los terrenos de su propiedad. Pero mal ejemplo puede dar si quien da la orden no solo incumple sino que desprotege sus mejores joyas. Quien con fuego anda...